sábado, 20 de junio de 2009

Mario Benedetti




In Memorian
(14 de septiembre 1920 - 19 de mayo 2009 )


El Sur también existe


Con su ritual de acero


sus grandes chimeneas


sus sabios clandestinos


su canto de sirenas


sus cielos de neón


sus ventas navideñas


su culto de dios padre


y de las charreteras


con sus llaves del reino


el norte es el que ordena





pero aquí abajo abajo


el hambre disponible


recurre al fruto amargo


de lo que otros deciden


mientras el tiempo pasa


y pasan los desfiles


y se hacen otras cosas


que el norte no prohibe


con su esperanza dura


el sur también existe





con sus predicadores


sus gases que envenenan


su escuela de chicago


sus dueños de la tierra


con sus trapos de lujo


y su pobre osamenta


sus defensas gastadas


sus gastos de defensa


con sus gesta invasora


el norte es el que ordena





pero aquí abajo abajo


cada uno en su escondite


hay hombres y mujeres


que saben a qué asirse


aprovechando el sol


y también los eclipses


apartando lo inútil


y usando lo que sirve


con su fe veterana


el Sur también existe





con su corno francés


y su academia sueca


su salsa americana


y sus llaves inglesas


con todos su misiles


y sus enciclopedias


su guerra de galaxias


y su saña opulenta


con todos sus laureles


el norte es el que ordena





pero aquí abajo abajo


cerca de las raíceses


donde la memoria


ningún recuerdo omite


y hay quienes se desmueren


y hay quienes se desviven


y así entre todos logran


lo que era un imposible


que todo el mundo sepa


que el Sur también existe

viernes, 19 de junio de 2009

Nº 49 - Invierno 2009

“Pueblos Ranqueles 2008”


Con esta denominación, y convocado por el Área de Letras del I.P.E.M. Nº 141 Dr. Dalmacio Vélez Sársfield de la ciudad de Huinca Renancó (Córdoba) Argentina y la revista literaria “Mapuche”, en el marco de la tercera “Feria del libro 2008” que organiza anualmente este centro educativo y declarada de interés provincial por la Honorable Cámara de Legisladores de la provincia de Córdoba, se realizó y con el objetivo de estimular y difundir la obra de creadores literarios de la región sur de Córdoba y el país, el 1ª Certamen Literario “Pueblos Ranqueles 2008”
En principio, y con un total de nueve participantes de localidades vecinas y autores locales, el jurado compuesto por los escritores realiquenses Gladis Sago, José Figueras, miembros de la Asociación Pampeana de Escritores (APE), y el editor de esta revista, falló de la siguiente manera en el género poesía y narrativa:
En poesía:

1º Premio : “De realidad a entelequia “ . Villa Huidobro (córdoba)

En narrativa:

1º Premio; “La Nada” . Diego López. Huinca Renancó (Córdoba)
Mención de honor: “Decisiones. María Carolina Allasia (Córdoba)

Tanto primer premio en poesía y narrativa los, ganadores recibieron estatuillas representativas de los aborígenes ranqueles que habitaron estos lugares del centro del país, como también la publicación de los trabajos en el presente número de revista “Mapuche”
Ya se se está trabajando en edición del segundo certamen “Pueblos Ranqueles 2009” que tendrá este año proyección a nivel nacional.
Oportunamente se difundirán las bases del mismo por distintos medios de comunicación, como vía correo electrónico a todos los amigos lectores de nuestra revista.

  María Carolina Allasia

Decisiones

Un día como cualquiera (aparentemente) Luciana decidió hablar con su familia:
-Mamá, Papá, quería hoy que hablemos. Quiero contarles, que mi vida, hermosa por tenerlos a ustedes, dio un giro.
Ya estoy grande, tengo 17 años, se lo que hago, aunque también me equivoco mucho.
Pero estos conforme con mis roles y los cumplo..
No soy un ejemplo de responsabilidad, soy una persona normal, y todos tenemos esas desviaciones provocadas por la época en la que vivimos.
Me hace crecer mucho cada error, me siento bien al experimentar, porque es la mejor forma de aprender.
Pareciera que estoy dando muchas vueltas, pero cuando se toma una decisión como esta, que ya les contaré, es necesaria una buena introducción. Pero no se asusten, es lo que menos deseo, solo quiero que vayan comprendiendo mi determinación.
Ustedes me conocen, siempre fui transparente, saben casi todo lo que hago y dejo de hacer. ¿Por qué digo casi todo? Porque a mi edad, por vergüenza, dejo de contarles algunas cosas. Pero no estoy sola, en esos momentos me apoyo en mis amistades, que son de fierro. Y se muy bien quienes son mis amigos.
Ya hace un tiempo, desde que ustedes me dicen que estoy rara, que me siento mas madura.
Influyó mucho alguien. Una persona que me hace sentir mujer. Porque aunque no lo acepten estoy creciendo y conozco gente, muy buena por cierto.
Mamá ¿te acordas cuando me contabas lo que sentías cuando lo veías a papá? Bueno Es algo similar lo que me sucede a mí. Nada de mariposas ni temblequeos, solamente un fuerte deseo de hacer mi vida con él, de conformar una familia, porque es un ejemplo de padre, seguramente de esposo y un profesional muy dedicado.
Se llama Roberto, algún día les voy a contar como lo conocí.
Por ahora es importante que sepan que va a venir a cenar para conocerlos y seguramente les caerá muy bien, tiene capacidad para llegar a la gente.
No me miren raro, uno no decide de quien enamorarse.
No voy a esperar a que llegue para decirles lo más importante.
Tiene un hijito con el que me llevo muy bien, me adora. Me hace sentir una madre, ya que la de él falleció hace 6 años. Se llama Facundo.
Roberto lo crió perfectamente, es un chico hecho y derecho!.
No tengan miedo, si, es un hombre, no un muchacho de mi edad, pero hay dos cuestiones de suma importancia; uno, me ama y me lo demuestra todos los días; dos, tiene un espíritu joven, no importa cuantos años tiene sino de cuantos se siente.
No digo con esto que se siente de mi edad, pero una edad intermedia.
Piénsenlo de 28.
Pero bueno, este no es el punto al que quiero llegar.
Me pidió que lo contemos juntos, pero estoy ansiosa, porque se cumplió parte de mi gran deseo.
Me pidió que vivamos juntos ahora que me voy a estudiar. Estoy feliz. Él me hace feliz y más aun que ustedes me comprendan y acepten. Y si no lo aceptan la decisión esta tomada.
Los amo mucho papis, pero estar con él es lo que más quiero y mas aun cuando me enteré de que Natalia va a nacer dentro de 6 meses.

Huinca Renancó (Córdoba)
Contacto
cariz83@hotmail.com

Mención de Honor : Certamen Literario "Pueblos Ranqueles 2008"

Juan Manuel Eula

De realidad a entelequia

Tierra de nadie y de todos
uniendo abrevaderos con toldos
yendo y viniendo por los rastros
las comunidades hacían tratos.

Cañadas, hondonadas, pajonales
refugios, fachinales, totorales
paisajes, dominios de aborígenes
pertenencia desde sus raíces.

Caldenes, piquillines, talas
bañados, medanos, lomadas
estampas hechas rastrilladas
marcan historias de vidas pasadas.

Huellas inconclusas de Cultura
lengua sin fronteras en espera
sutiles resabios envueltos en quimera
buscan la reminiscencia de su pradera.



Villa Huidobro (Córdoba)
Contacto:
eulajm@yahoo.com.ar

1º Premio Poesía : Certamen Literario "Pueblos Ranqueles 2008"



 Diego López

La Nada

El vacío errante de una sombra vagabunda, imperceptible y olvidada. Casi inerte.
Invisible ante las miradas enceguecidas, de aquellos que no desean ver. Silenciosa, tocando acordes del mutismo. Solitaria, porque la soledad le fue impuesta. Intangible, como la penumbra que acecha y arremete. Así la describían y juzgaron, por su apariencia, sin conocerla. Para todos, la nada. Para nadie, Noara.
Una muchacha de ojos negros, con el alma lacerada por la pena. Sus manos suaves como la brisa que acaricia. De cabello rojo amanecer y de piel tan blanca, rozando lo traslucido. De vestidos oscuros y pies desnudos. De atavíos tristes y pasos cansados.
Deambulando senderos, que la distanciaban de la aldea en que vivía, a orillas del mar.
La playa la vio nacer y fue depositaria de sus lágrimas, cuando la muerte le arrebató a sus padres y su niñez. Legándole el primer encuentro con la tristeza, otorgándole su única compañía; la soledad. El tiempo le enseñó a ocultar su dolor, pues las heridas aún surcaban profundas. Era el mar quien bebía su llanto cunado la nostalgia navegaba a la deriva. Era el ocaso quien le ofrendaba calma, en que la muerte del día, se llevaba por un instante la nada.
Y cuando el alba despertaba, la encontraba ya vestida en el cobijo de su humilde morada. Enredada entre pinceles y acuarelas, con los que pintaba anhelos dormidos, sobre pañuelos de seda. Solo los efímeros turistas, en cualquier época del año, eran quienes comparaban su arte. Pues era esto su único sustento.

Fue una tarde de algún día. En que una lluvia intensa anunciaba un temporal, y el mar se tornaba bravío. No tanto como su alma, en el que el sollozo del firmamento, se aunaba con el de los recuerdos. Necesitaba distraerse para que la ausencia no se hiciera presente. Fue hojeando las hojas de alguna revista y en cierto instante, se detuvo el tiempo.
Ahí, sobre un papel arrugado, casi añejo, despertaba a sus ojos la imagen de unos niños. Con miradas vacías, perdidas en el aire de la nada. Reconociendo la soledad que ella misma respiraba. La revista encuadraba un artículo sobre un centro oncológico y de cómo unos niños, padeciendo leucemia, se aferraban a la vida. Hablaba de medicinas nuevas, someterse a radiación y quimioterapias, de esperanzas de vida. Mientras que la imagen de unos pequeños susurraban temores y necesidad de esperanza. Una lágrima besó su alma, y despertó a Noara. Mientras leía nuevamente el artículo, se deshizo de su soledad. Y comenzó a vestirse con la de esos niños que aún no conocía.
Tomó nota de una dirección que figuraba al pie de la foto. Encendió una vela por cada uno de ellos. Y comenzó a escribir una carta en el sosiego de la noche. Un papel blanco y una letra temblorosa, la oyeron presentarse, temerosa al hablar de ella.
Escribió de miedos y soledades, se remitió a ellos. Se despidió ansiando conocerlos y anhelando la tristeza, fuera desvaneciendo. La firmó como esperanza, pues no era necesario su nombre. Y cuando la lluvia aún se confundía con sus lágrimas, fue enviada.
Al cabo de unos días y sorprendiéndola de lleno, tocó a su puerta la respuesta. En un sobre verde estaba escrito su nombre, y al dorso un remitente que guardaba en su memoria. Dentro yacían quince sobres, de aquellos que habían leído su carta. Y en agradecimiento, le escribieron abriendo su alma y cerrando sus penas. Las leyó una y otra vez, hasta que supo todo de ellos. Sus miedos, la desolación de contemplar la caída del cabello, los vómitos y las náuseas, el sabor que encierra cada medicina. La posibilidad que lega un transplante de médula. El aprender el significado del termino cáncer. Descubrir los glóbulos blancos y leucocitos. Crecer de golpe, aceptando el destino, conviviendo con la enfermedad. Conservando la fe que u día cercano, los encontrara sanos. Conoció sus sueños y los escribió con acuarelas, sobre pañuelos de seda. Para protegerlos del olvido, y cuando fuera el momento, echarlos a volar.
Desde entonces, por los días pintó anhelos dormidos. Y por las noches encendió quince velas, entregando el alma en palabras. Les narró historias de sirenas y delfines; contó cuentos de hadas, compartió sus sueños. Escribió todos los días, y jamás se quedó sin respuestas. Los consoló cuando el cansancio abatía; los contempló pálidos y si cabellos, los abrazó en la distancia. Sonrientes. Les ofreció amor y compañía en su camino incierto. Les otorgó un poco de ella, un trozo de esperanza.

Así se sucedieron los años, y la vida la encontró ya anciana, con el cuerpo doblado de tanto cargar penas. Con sus pasos ya lentos, y sus manos otrora suaves, eran ya ahora temblorosas. El tiempo le hurtó el rojo amanecer de sus cabellos y a cambio se los pintó de blanco. El mismo tiempo ensombreció su vida, legándole la penumbra en su mirada. De las quince velas niñas, algunas extinguieron su flama, y aún con su sufrimiento, se encendieron nuevas. Su corazón se fue doblegando por el dolor de la perdida. Y respiró halos de alegría por los que aún transitaba.
Con el alma ya marchita y cansado de marchar, pudo ver en su penumbra el beso de la muerte. Cerró la puerta a la vida. Y sus pasos cargaron con ella su último andar.
El ocaso la encontró sobre la playa, vestida de blanco por primera vez. La noche la cubrió con su manto de estrellas, y la abrazó ya serena, ya dormida. Las olas se aquietaron y el mar se tornó calmo. De sus entrañas surgió silenciosa la paz eterna. Un cortejo de medusas, danzaron a su paso, mientras la bruma le marcaba el camino. La mirada apagada de un alma herida, la esperaba desde antaño. La tomó en sus brazos, hundió sus manos en el suelo, y la playa se hizo prado. Acarició su rostro oculto tras las arrugas. Engarzó en oro y plata una lágrima para que no fuera olvidada. La luna reflejó el brillo de luz que moraba en su alma. Aire, tierra, agua y fuego, le otorgaron el cristal donde depositar su flama. Para que los delfines la sepultaran al final de las aguas, en que su luz jamás se extinguiría. La brisa elevó sueños pintados sobre pañuelos de seda, pues era este el momento, en que iniciaran su vuelo. Silbó triste el canto de la despedida, y se refugió en los caracoles para esconder su lamento. El mar se erigió hasta los cielos y avanzó en la noche, arrojándose suave sobre la arena, para llevarse al olvido mismo la nada.
Cuando el remanso de las aguas reflejó el alba, un colibrí emergió de sus entrañas, con una lágrima engarzada en oro y plata pendiendo de sus alas. Para todos la nada, para algunos, esperanza. Para nadie, Noara, la que ha recibido consuelo.

Huinca Renancó (Córdoba) Argentina
Contacto:
lopezdiegoa@hotmail.com

1ª Premio Narrativa certamen literario: “Pueblos Ranqueles 2008”

Julio Lemoine

XII

. ...el amor es como las estrellas

cautivo de tiempo
veo lo inconmensurable


mi cuerpo
se hunde en la inmensidad

escudriño
la eternidad del mar
del cielo
del horizonte.


bebo
la insondable energía de las olas


y allí
te contemplo


mientras las yermas del alma
rozan la infinitud del amor.



(de: “Amor sin tiempo”)


Poeta. Loma Bola (Córdoba) Argentina
Contacto: julio2lemoine@hotmail.com



Daiana Smith

Misa de las diez

Es domingo
Las campanas están anunciando la misa
para arrancarle los pecados
del alma
a los infieles
Ellos permanecen un instante
inmóviles
sienten en la piel
la bendición del agua
y entre dientes mastican
la miseria que el mundo
les contagia.

En los bolsillos
aprietan una estampita
- de Ceferino –
Dudan
Se confunden
Se resisten
Aunque las campanas
sigan martillándoles los oídos

y recorriéndoles el cuerpo.




Integrante del taller literario “Cómplices de Sueños” . Villalonga (Bs As)
Contacto:
bibliotecacomplices@yahoo.com.ar daiv.333@hotmail.com




María Helena Sofía

Veleros Blancos, submarinos negros

Recuerdo que era el año 1945. Invierno de 1945. Yo tenía unos diez años entonces, pero puedo evocar con nitidez ese atardecer en el atracadero de los pesqueros, en los muelles desiertos de la ciudad de Mar del Plata.
Yo esperaba el arribo del velero blanco del tío Abraham, que permanecía en alta mar desde hacía tres días. Esta vez el tío no me había dejado formar parte de la tripulación del “América” porque se aventurarían mar adentro, bordeando la plataforma continental, buscando posibles bancos con valiosas piezas, gesto arrojado para la época de tormentas, pero que si resultaba, lo regresaría a casa atestado de buena pesca y satisfacciones que durarían hasta la próxima salida, en tiempos más favorables.
Mientras caminaba por el espigón, aburrido, tirando piedritas al agua mansa que subía hasta las marcas, lenta y puntual como un reloj, iba pensando en que esas habían sido las vacaciones más fascinantes y cortas que había tenido. Yo, Carlos, Carlitos Massi, que no hacía más que ensillar el overo todavía arisco antes del amanecer para ir a buscar las vacas para el tambo en una chacra por la que no pasaba un hilo de agua ni cerca, que había soñado con ver alguna vez el mar, un barco, un avión, un automóvil; todo lo había visto aquí, con los tíos Abraham y María, hermana de mi madre, la que consiguiera el permiso de mi padre para mi primera salida. Primera e inolvidable.
A unos diez pasos, un viejo pescador remojaba sus botas altas en el agua mientras intentaba desenredar el sedal. Me saludó con su tos de fumador; nos considerábamos viejos amigos aunque jamás conversábamos. Él tenía los ojos claros de tanto ver la superficie brillante y el rostro y los brazos hasta los codos curtidos por la intemperie. Con seguridad conocía todos los secretos del mar y el arte de la pesca, conocimientos que no le alcanzaron ese día a juzgar los pobres resultados que se veían en el fondo del balde.
Alto y derecho como una caña esperó a que se escurriera el agua de sus botas por entre el maderamen, entrecerró los ojos y miró el sol que se enterraba en la pampa; se ajustó la gorra de lana, se abrochó los grandes botones de la campera de cuero, se levantó los pantalones de paño azul y por unos segundos se fijó en mí, alisándose con los dedos su barba escasa y gris. Torció hacia delante el cuerpo espigado para recoger sus instrumentos y me dirigió la primer frase completa que le escuché en los veinte días de vernos a diario, a la misma hora y en el mismo lugar.
- ¿Has visto el submarino?
- ¿Qué cosa? No sé que es eso, señor.
- Es un barco que viaja por debajo del agua. En un rato volverá a aparecer, por allí - señaló con la cabeza hacia el este -. Es negro, como una orca gigante.
- ¿Y adentro viene gente? ¿Quiénes son?
El viejo, alejándose a grandes zancadas, me gritó por entre el humo de su cigarro:
- Nazis. Mala cosa.
Bueno, pensé, serán gente como los italianos, que escapan de la guerra; o como los españoles, nuestros vecinos de la colonia. Deben ser gente como nosotros, pero, ¿por qué vendrán escondidos adentro de eso?.
El sol precipitaba su soberbia fuga enrojecida y unos amenazantes nubarrones asomaban en el sur. Yo esperaba el “América”, escudriñaba el horizonte que se oscurecía, intranquilo, esperando ver agitarse como sábanas blancas las velas del hermoso pesquero del tío.
Tía María también esperaba con ansiedad, aunque disimulaba su preocupación en los quehaceres de la casa que yo había aumentado con mi revoltosa presencia. Eran dos viejos que vivían en una pequeña cabaña que se alzaba en medio de un jardín lleno de flores y hortalizas cultivadas por ellos mismos, como si hubiese brotado allí y no levantada por los albañiles.
Había que caminar solo tres cuadras para dar con la playa; el tío nunca se alejaría demasiado del mar generoso que les proveía el alimento, y la tía se había acostumbrado a esperarlo, a retarlo por las tardanzas, a frotarle sus achaques con ese ungüento oloroso, a cuidarle sus plantas y prepararle las cosas para el próximo viaje. Y a esperarlo de nuevo contando los días y las horas. No habían tenido hijos, razón quizá que decidió a mi padre permitirme ir con ellos por un tiempo. Nosotros éramos tres hermanos varones y bien podrían reemplazarme en la chacra, en las tareas que estaban a mi cargo.
¿Y si el viejo pescador había mentido? ¿Cómo podría un barco andar bajo el agua? Bueno, yo también decía que esos armatostes cual mosquitos gigantes difícilmente volaran y sin embargo pude ver cómo lo hacían.
¿Qué había querido decir con “mala cosa”? ¿De verdad sería mala esa gente, tal vez un ejército que venía a traer la guerra? ¿No se habría topado el “América” con esa gran ballena negra, haciéndolo naufragar? No, claro que no. El “América” era el mejor barco del mundo con la más valiente tripulación. El grandote Sánchez, el diminuto Pascual, el negro silencioso, el primer negro que vi en mi vida, el griego, que cantaba fuerte pero nadie le entendía.
No, nada grave le había sucedido al pesquero, aunque ninguna barcaza se atreviera a soltar amarras en la última semana por las terribles tempestades que sucedían en esos días mar adentro. Las puedo ver: alineadas, descoloridas, meciéndose sin pausa y chocándose entre sí, parecían esos barquitos de papel que yo hacía hundir cuando pequeño en la palangana de losa de mamá.
Sí, estaba llena de pescadores valientes la costa en aquellos tiempos, porque había que tener coraje para lanzarse al mar, en esos botes como cáscara de nuez, donde lo único seguro era el músculo del marino y su pericia para sobrevivir y volver a casa con buena pesca.
La arena empezaba a molestarme en las alpargatas a pesar de las medias gruesas que tía María me hacía poner, señal de que me estaba alejando de los muelles rumbo a la casa, distraído por el paisaje y las sensaciones que experimentaba, emociones maravillosas que hoy sólo puedo vivir en el recuerdo.
El cuadro extraño, casi paradisíaco, del crepúsculo en el mar, borraba todos los ruidos de la convivencia y uno inventaba por un momento un mundo propio en el que se hallaba solo y en paz.
Un mundo que para ser perfecto, pensaba después, carecía de la presencia de papá, mamá, los hermanos, el tío, el barco, en fin el mismo mundo de antes.
Bueno, hoy no vendrá, me dije. Y entonces lo vi: no era el “América”, no era blanco sino totalmente negro y enorme, como un monstruo emergiendo frente a la costa, dispuesto a engullirse el puerto y la ciudad entera, chorreando agua y espuma por todas partes, removiendo las olas poderosas que venían a morir a mis pies. Era el submarino del que hablaba el viejo pescador. Más hacia el norte, y ya en el filo del horizonte oscurecido, una silueta negra igual a la primera se recortaba nítida, tan negra aparecía. ¡Eran dos submarinos! ¡Y quién sabe cuántos más! ¡Debía ser una invasión!.
Apenas pude contener mis deseos urgentes de correr a casa, cuando con rumor sordo volvieron a sumergirse rápidamente, cual fabulosos mamíferos marinos. A los pocos minutos la calma era total, y yo pensaba que a lo mejor había sido un sueño, o una alucinación. ¡Tantas cosas nuevas había visto, que estaba por volverme loco!.
Pero pronto divisé hacia el sur algo que me hizo olvidar la extraña aparición: la silueta como nunca blanca del “América” se agrandaba velozmente, con las velas infladas hasta más no poder por el viento favorable que lo traía de regreso. Saltando y gritando llegué a avisar la buena nueva a la tía y corriendo con todas mis fuerzas volví al muelle, exhausto y feliz para esperar el arribo, maniobra complicada en la noche, pero harto posible para el tío Abraham, que era el mejor marino del mundo.
¡Ah, capitán valiente, ni las olas más empinadas lograron cortarte el sueño jamás!. Ni al aprendiz del Mediterráneo ni al grumete del Atlántico Norte, ni al sabio maestre de los canales del Sur, pescador de horizontes nuevos, amansador de tempestades. ¡Dios salve al “América” y sus animosos tripulantes!.
La salida había sido afortunada: en la cubierta se hallaban las pruebas de la acertada decisión de arriesgarse por un poco mar adentro para lograr resultados satisfactorios. El trajinar de los marineros era admirable. Un grupo de hombres que esperaban en el muelle subió a bordo para ayudar en las tareas. Yo no sabía qué hacer, tal era mi alegría de poder ver de cerca todo aquello. El negro apareció de repente frente a mí deslizándose por una cuerda desde lo alto, y mostrándome una hilera envidiable de dientes blancos, me dijo:
- ¡Ey, niño! ¿Quieres ver a tu tío? - me hizo señas para que lo siguiera.
Bajamos por las escaleras hacia el pequeño camarote del capitán y pronto me encontré dando vueltas por el aire entre las poderosas manos del tío, que reía y hablaba muy animado acerca de la última aventura.
Recién cuando me dejó caí en cuenta de que había otro hombre con él. El negro ya había vuelto a su trabajo y a ese señor nunca lo había visto. Se parecía al tío - aunque mucho más joven - en la estatura regular, el cuerpo delgado y la tez blanca. Encendió mi curiosidad la chaqueta vistosa que llevaba puesta, con muchos botones brillantes. Recuerdo que me sorprendió aún más que se la quitara, al igual que sus botas negras impecables, y que los reemplazara por un sobretodo marrón y alpargatas de campo. Con mi tío intercambió su gorra bonita y distinguida por un sombrero viejo y una bufanda de lana.
- Él es un navegante que encontramos en el camino, este es mi sobrino Carlos...
Nos dimos la mano. El hombre era muy simpático, tenía el pelo escaso y rubio y los ojos verdes. Se parecía mucho más al tío vestido así.
El hombre se dirigió a un rincón, tomó un estuche negro entre sus brazos - No pesa demasiado, pensé -, y se lo entregó. Se abrazaron ligeramente. Luego el desconocido se retiró hacia la estrecha puerta del camarote. Cuando la abrió entraron los gritos y silbidos de los hombres que iban y venían por la cubierta y hacia tierra transportando la abundante carga. Se volvió un instante para mirarnos y nos saludó tocándose la frente con dos dedos. Enseguida subió ágilmente la escalera, cruzó entre los hombres cuidando no ensuciarse los pies y en pocos pasos atravesó el puente tomándose de las barandillas, y saltó a tierra firme.
Aún cuando su figura se perdía en las sombras del puerto nosotros seguimos mirándolo, tratando de adivinar algo más acerca de él. Tal vez la curiosidad era solo mía: ¿Quién era, de dónde venía, por qué llevaba sólo lo puesto, que ni siquiera le pertenecía? ¿Y qué había en el estuche negro?. Tío Abraham me sorprendió con su voz cavernosa:
- Carlos, andá a casa y decíle a la tía que voy a tardar, acá hay mucho que hacer. Y acostate temprano, que mañana te espera un trabajo a bordo del “América”.
- ¿Y ése, quién era?
- Nazis. Mala cosa.
Olvidé contarle que había visto los submarinos, tan excitado estaba por la inminente incorporación a bordo del pesquero.
Cuando se lo comenté, algunos años más tarde, todos sabían acerca de los dos submarinos alemanes que habían aparecido en Mar del Plata. Él insistió en que nada vieron ese día ni los tres de navegación y trabajo constante, a pesar de que lo interrogué acerca de aquel hombre misterioso que había traído y que se había puesto sus ropas para pasar desapercibido en el puerto y desaparecer en la noche.
Hoy, más de medio siglo después, me doy cuenta de que el tiempo nos depara sino todas, al menos muchas de las respuestas que perseguimos.
El estuche negro, junto con el viejo velero y otras propiedades de mis padres, forman parte de la herencia que repartimos entre mis hermanos y yo. Un día decidimos abrir el estuche para ver y valorar su contenido. Y ante nuestros ojos atónitos fue desenvolviéndose un Rembrandt, original, como luego pudimos comprobar. La pintura, valuada en unos cuantos millones de dólares formaba parte del catálogo de obras de arte desaparecidas durante los nefastos días del imperialismo nazi en Europa.
Claro, el tío Abraham no entendía el alemán ni por señas, y aunque lo hubiese entendido, no era su costumbre vender un presente recibido con tanto agradecimiento, a pesar de que ello le hubiese significado aliviar las penurias económicas que poblaron los últimos años de su vida. Paradójicamente el tío había evitado que el oficial nazi se ahogara - situación de la que hubiese rescatado hasta a un animal -, aunque a la distancia bien distó su actitud de las que los seguidores de Hitler demostraron con los judíos.
El tiempo, supongo, debe encargarse del castigo y del perdón, cuando no lo hacen los hombres.
Narradora y dramaturga argentin