lunes, 20 de diciembre de 2010

Nº 55 - Verano 2010/2011

María Echave

El familiar de Ambrosio Olmos
Dionisio Arias había sido peón de Ambrosio Olmos en la estancia “La Amanecida” al norte de la laguna de Suco hasta 1920. Olmos, uno de los hombres más ricos de la Argentina de entonces, no dejaba nunca de visitarla cuatro veces al año, pese a que tenía un buen mayordomo en el lugar, y otras muchas tierras que recorrer. Era el dueño de casi la mitad de la provincia de Córdoba y en sus campos las cabezas de ganado superaban el millón. De pulpero y acopiador de frutos del país había pasado a ser terrateniente, ganadero y gobernador en un abrir y cerrar de ojos.
“La Amanecida” era propiedad de los Adaro de San Luis y Olmos que se las había comprado a precio vil por unas deudas de juego, se les quedó con todo lo de adentro. Así fue como la familia Arias siguió en el puesto “El Talita” camino a Achiras, y Dionisio con sus mozos veinte años, un buen día, vio al nuevo dueño bajar de un coche negro brillante tirado por dos briosos caballos del mismo color. Desde esa mañana quedó hipnotizado con la presencia del patrón y comenzó a seguirlo de aquí para allá. Que trayéndole una vaso de agua; que alcanzándole el sombrero; que la silla para sentarse bajo la parra; que el mate de leche con chipaca preparado por la mama. Todo para caerle en gracia a ese hombre más que serio, de cejas pobladas, ojos pequeños y achinados en un rostro que parecía de piedra. Y le cayó en gracia nomás. Tanto que al cabo de unos años “Diosito” como empezó a llamarlo Olmos se convirtió en el peón de confianza y el vigía de todo movimiento por esos fundos. “Diosito” era también el que permitía el milagro de la multiplicación geométrica de su riqueza, aunque él, claro estaba que no lo sabía y sólo actuaba por fidelidad compulsiva.
De viejo ya, a Dionisio le gustaba contar historias al calor de los fogones o en rueda de naipes, sobre todo si la noche era oscura o amenazaba tormenta, porque así disfrutaba del temor que sus palabras le imponían a la audiencia. Una de aquéllas versaba sobre la presencia en “La Amanecida” de una criatura extraña y terrorífica que el viejo había traído de uno de sus viajes y que mantenía prisionera en un galpón especialmente construído atrás de la casa principal. No era un galpón de campo cualquiera. Era una especie de panteón desprovisto de aberturas y rodeado de higueras.
- A la noche el galpón brillaba todito aunque no hubiese luna –contaba Dionisio, espiando a través de los ojos entrecerrados las caras de quienes lo escuchaban- El galpón donde vivía el “bicho” era como de cinco metros de alto sin ventanas, ni puertas y con un agujero en el techo por donde se le hacía dentrar la comida que tenía que estar vivita y coleando. Nunca tomaba agua, solamente leche, y si era al pie de la vaca mejor…dispué se comía la vaca- Y ahí soltaba una risita ahogada, a sabiendas del horror que causaba entre los oyentes. Lo pior –continuaba haciendo una pausa- era meter la vaca o la cabra por arriba del techo. Una vuelta, le hice un aparejo con madera de tala y quebracho blanco y unas sogas trenzadas de cuero de matungo con las que levantábamos los animales y los bajábamos derechito en el hueco. El patrón me felicitó por esta idea y me regaló un patacón de oro que se me perdió en una domada.
-Usted Diosito -sabía decirme- meta menos vacas y más cabras que “duelen” y pesan menos. No cuente nada de esto a naides, porque sino el diablo se lo va llevar de las patas, derechito a la Salamanca que hay en la “cueva de los uturuncos”. Y nunca lo conté mientras vivió el patrón- Pero dispué que murió, y el bicho desapareció, al tiempito nomás, como por arte de magia, lo empecé a decir porque caí en la cuenta de lo que era.
Cada tres meses, más o menos, venía don Ambrosio con algún peón de otra de sus estancias para que arreglara el techo del galpón. Tenía que subir de noche a la luz de la luna a reparar las tejas y asegurar la tapa del agujero.
Toda la noche el “bicho” se la pasaba llorando como un recién nacido hasta que de pronto callaba y yo me daba cuenta que comenzaba a clarear.
Me iba rápido a prepararle el coche al patrón porque sabía que se tomaba unos mates y partía al trotecito conduciendo la volanta – solo- del peón ni rastro.
-Dígame don Ambrosio -le pregunté una vuelta- ¿Qué ha sido de los mocitos que trajo pa reparar el techo?
- Menos pregunta Dios y perdona – me contestó- pero como Ud .me ha cumplido la palabra, y me hace milagros con “el familiar” que así se llama el que vive en el “recinto”, por eso le digo “Diosito” y no Dionisio, le voy a contar el secreto. Y me lo contó.
Olmos le contó a Dionisio que en una de sus travesías por Traslasierra se encontró con un viejo curandero que le prometió hacerlo el hombre más rico de la Argentina si le entregaba a cambio un alma cada tres meses. Como no tenía nada que perder, y hacerse rico de la noche a la mañana era lo que más ambicionaba en la vida, Olmos hizo el acuerdo y al cabo de un tiempo el brujo le entregó una caja con huesos y un huevo que él debía dejar en medio de un recinto hecho con piedras sacadas de iglesias y cementerios, sin puertas ni ventanas con un agujero en el techo para que al despertar y tomar cuerpo, “eso” no se escapara. Dentro de la habitación tenía que construir un laberinto para que se entretuviese persiguiendo a las presas vivas que se le bajaban una vez al día, mejor de noche, para que se alimentara. Una vez terminado el recinto y depositada la caja con el contenido, la noche de la transformación, tenía que bajar un tarro con sangre y otro con leche. El viejo cumplió al pie de la letra. Y el lugar estuvo listo para la víspera de Difuntos como se le había señalado.
-Vide que salía luz colorada por todas partes. El galpón quedó como una brasa. Dispué se fue apagando con el correr de la noche. Un rato antes del alba escuché llorar a un chico. Me jui volando a mirar por el agujero, pero no había un niño adentro. Un perro negro con la pelambre erizada y los colmillos sangrientos me echó una mirada como un “refucilo” desde el fondo de la pieza. Nunca más me quedaron ganas de ver pa dentro - contaba Dionisio mientras los demás escuchaban, algunos temblando, otros incrédulos-. Parece que de adentro del huevo salía la cosa que formaba carne alrededor de los huesos y se tomaba la leche y después la sangre, para juntar fuerza. Eso sí, el bicho comía vacas y cabras, pero cada tres meses se mandaba un “cristiano” al buche -contaba Dionisio mientras los demás escuchaban, sorprendidos por la revelación-. Y efectivamente mientras mantuvo al “familiar” en esas condiciones Ambrosio Olmos acumuló riquezas sin límite, honores, cargos, un rango social y un prestigio mundano que nunca hubiera imaginado – y “Diosito” tampoco- . Casado con una de las damas de la alta sociedad, Adelia María Harilaos Senillosa, falleció misteriosamente después de comer su fruta preferida, unos cakis que se supone estaban envenenados, a los tres años de matrimonio y sin dejar descendencia. Ella administró como pudo la cuantiosa fortuna, y sin sucesores forzosos, dejó como heredera de todos sus bienes a la Iglesia Católica de la que era Marquesa Pontificia.
En “La Amanecida” ya no hubo visitas para el “familiar”, quien al no tener las cuotas de almas requeridas, desapareció una noche de Viernes Santo con una explosión que redujo a un montón de piedras calcinadas la lujosa prisión que Olmos le había construído.
-La viuda nunca vino por estos lados, ni siquiera la conocí. Y a los curas no le interesaron estas tierras que fueron vendiendo en parcelas hasta que desapareció la estancia. Nada quedó del casco tampoco. Y el rancho de “El Talita” se transformó en tapera. Yo me fui de peón pal lado de Chaján y ahí me aquerencié hasta que el reuma me mandó derechito al Asilo ya que no me había quedado familia. Nunca me casé por dedicarle vida al viejo y al “bicho” que no quiero nombrarlo, pero que pa mí era nomás el mismísimo maligno que se transforma en lo que quiere y le roba el alma a la gente.
De fogón en fogón; de un hogar a otro la historia de Dionisio se fue transmitiendo como un secreto a voces; como un rumor al que se agregan chismes, versiones y otros condimentos. También se descubrió, no hace mucho tiempo que el féretro donde descansaba Olmos junto al de su esposa, no tenía ocupante, estaba lleno de piedras.

Nota: La antigua leyenda de “El Familiar” nacida en los trapiches e ingenios del Norte argentino se extendió a todas las regiones del país donde hubiere sujetos con fortunas cuantiosas - amasadas rápidamente- que les permitieron ascenso social y acceso al poder político y económico. La leyenda dice que si la existencia del “ente” es ignorada o desatendida, a la muerte del beneficiario, la fortuna se diluye y éste junto a su descendencia, si la tiene, caen
en el olvido.
Coronel Moldes (Córdoba – Argentina)

Leyendas Argentinas




La Leyenda de Melincué

Cuenta la historia que sobre la laguna vivían en la Toldería Mayor el gran Cacique Melín junto con su mujer Nube Azul y a su hijo Cué.
Que los tres se amaban por sobre todas las cosas, y que ella defendía y cuidaba a su hombre del cual estaba perdidamente enamorada.
Tanto lo amaba , que cuando él salía de excursiones, ella no hablaba con nadie hasta que regresara, y que durante todo ese tiempo, sus ojos derramaban lágrimas que ella decía que sólo eran de dolor y de amor.
En una de las excursiones realizadas por el Ejército, tristemente célebre campaña para desterrar a los indígenas de las pampas, un grupo de indios Ranqueles, liderados por el Cacique MELIN, fue emboscado a la orilla de la gran laguna y masacrado sin misericordia.
A la matanza, sólo sobrevivió su esposa, quien huyó en su caballo, un tordillo brioso e inteligente que la llevó malherida hasta una de las islas de la laguna.
Allí la mujer, a aterida de dolor y furiosa por la muerte de su hombre y de CUÉ , el hijo de ambos, maldijo a los blancos antes de morir.
En su agonía, y llamando al lugar MELINCUÉ, por su hombre y su hijo, le deseó al pueblo que las aguas de la laguna crecieran y que de a poco fueran tapando con sus olas todo el lugar.
Y el agua creció. Creció tanto que anegó campos y llegó al pueblo y se apoderó de él durante varios años, haciendo que sus moradores vivieran en un continuo estado de alerta
El éjido quedó bajo las aguas, miles de hectáreas se convirtieron en estériles, pues la altura de la laguna , ya transformada en Lago, las fue anegando pausada pero efectivamente.
Los moradores más antiguos aseguran que en noches de lluvia, el espíritu de la india sopla y sopla para que el agua llegue al pueblo y dicen también que hasta que no haya un acto de desagravio por tamaña matanza, su espíritu lleno de furia, dolor y amor por su familia y su pueblo seguirá rondando, y los males no cesarán de llegar sobre la población y el espejo de agua.

Adaptada por Zaidena

La localidad de Melincué se halla situada al Sudeste de la Provincia de Santa Fe, Departamento General López, República Argentina. Está emplazada en plena Pampa , con clima templado y precipitaciones anuales que sobrepasan los 860 mm. Cuenta con una población aproximada de 3.000 habitantes, y ocupa una superficie de 28.500 has. Es conocida por su gran Lago, espejo de agua que cuenta con 22.000 has. Sus aguas son ampliamente reconocidas por sus propiedades terapéuticas; son mineralizadas, del tipo clorurada y bicarbonatada sódica, fuertemente alcalina y de un suave tinte

Zaid Ena, escritora santafesina (Argentina)
Contacto: zaidena@hotmail.com


  Lucía Pérez Muzzin

Palabras

hacer algo con lo dicho
recordar
resignificar
armar algo nuevo
armar algo nuevo con lo ya armado

pongamos a circular la palabra
tomar la palabra espontáneamente
intervenir
participar

dar lugar al azar
no creer en el destino
no ser taxativos

como el eslabón de una cadena
entrelazados
un nuevo brazo, una nueva mano, una nueva acción

esbozo de una relación
un intento
arriesgar
no perder

mirar hacia otro lado
para ampliar
para diversificar
para variar
para cambiar

falta de reciprocidad
va
y no vuelve
y espero
y me canso

llevar un registro del displacer
recordar
no olvidar el dolor
para no cometer el mismo error
(compulsión de repetición)

recuerdan?

discurso de los otros, existen otros, hay otros
discurso del conjunto
ese soporte
o esa amenaza
o esa opresión
o ese límite
el discurso que nos atraviesa, no sin consecuencias

las preguntas invariantes
constantes

las respuestas del conjunto social
insuficientes

las acciones
los sueños
las esperanzas
los proyectos

el deseo
inalcanzable
motor

¿progreso?
¿hacia dónde?
¿para quién?

muchas preguntas
muchas respuestas
muchas palabras
poco tiempo
Neuquén (Argentina), en la actualidad residen en la ciudad de La Plata (Argentina)

Luis Alberto Spinetta




Letras en el rock argentino


Barro tal vez

Si no canto lo que siento
me voy a morir por dentro.
He de gritarle a los vientos hasta reventar
aunque solo quede tiempo en mi lugar.

Si quiero me toco el alma
pues mi carne ya no es nada.
He de fusionar mi resto con el despertar
aunque se pudra mi boca por callar.

Ya lo estoy queriendo
ya me estoy volviendo canción
barro tal vez....
Y es que esta es mi corteza
donde el hacha golpeará
donde el río secará para callar.

Ya me apuran los momentos
ya mi sien es un lamento.
Mi cerebro escupe ya el final del historial
del comienzo que tal vez reemprenderá.

Si quiero me toco el alma
pues mi carne ya no es nada.
He de fusionar mi resto con el despertar
aunque se pudra mi boca por callar.

Ya lo estoy queriendo
ya me estoy volviendo canción
barro tal vez...

Y es que esta es mi corteza
donde el hacha golpeará
donde el río secará para callar.



Luis Alberto Spinetta, (23 de enero de 1950, Buenos Aires) también conocido como El Flaco, es un artista, músico, guitarrista, poeta y compositor argentino ... Es uno de los principales referentes del rock nacional, junto a Litto Nebbia, Pappo, Moris, Tanguito y Charly García. Fundó los míticos grupos, Almendra, Invisible, Pescados Rabioso; también Spinetta Jade, Los Socios del Desierto.. En sus letras hay influencia de escritores, poetas, artistas y pensadores como Rimbaud, Vincent Van Gogh, Carl Gustav Jung, Sigmund Freud, Friedrich Nietzsche, Foucault, Deleuze, Carlos Castañeda y Artaud, del cual incluso lleva su nombre uno de sus discos
Barro tal vez, pertenece a su álbum como solista: “Kamikaze”, editado en 1982

  Claudia Tejeda

Albañil de amaneceres
de brocha y vino tinto,
de barajas y luceros,
en las cornisas de un bar.
el filósofo de colores.
Las plomadas en el bolsillo,
tiran con peso de ancla
y el camino se hace pozo
trampa para luciérnagas.
Una botella se acaba
bajo la luna de hielo.
Un sombra en el revoque
tambalea,
se apena de si misma
grita un nombre.
Los zaguanes
ignoran a los ebrios
que llevan por coronas,
un sombrero de papel de diario
plegado de insomnios
y de sueños.


(del libro: "De hiedras y grietas)


Alta Gracia (Córdoba) Argentina
Contacto: claudiatejeda34@hotmail.com

martes, 21 de septiembre de 2010

Nº 54 - Primavera 2010

Editorial


Manifiesto

Diógenes andaba con una vela; bebía el vino cósmico de la vida; proclamaba el manifiesto de fin de siglo.
Ser un Diógenes en estos, no le hace mal a nadie; excepto de los que nos hagan mal los que están del otro lado de la vía.
Tampoco, tener el rostro crístico de Jesús, los lentes del Mahatma, el color de piel de Luther King, la filosofía platónica de muchos Sócrates.
Parecerse a éstos héroeseres todos los tantos y (ser) santos días del calendario. Estar entre ellos a cada instante; filosofar, delirar; afeitarse o no afeitarse, raparse o no raparse; eso no interesa. Ideal sería ser el habitante mundano que llevamos a cuesta y deliberar con los pájaros, con el aires; desearse perfecto en su interior como en los rasgos de cada fisonomía corpórea.
Y andar como Diógenes con una vela por las esquinas de la noche; hilar como Gandhi los sonidos secretos del silencio; pintar de negro como Luther, las almas blancas de los ángeles.
De oír como; de Jesús, a los que elevan su timbre de voz en las tinieblas; ignorar a los ignorantes, a los poderosos a los, gobernantes, a quienes clausuran y torturan; decretar sitios de estado a los bacanes que acumulan en sus dineros, bolsillos de oros y diamantes; expropiarle sus rarezas de tesoros, para que la posean famélicos y necesitados.
Sembrar los surcos de éste planeta, para que broten semillas de poemas y flores; desterrar misiles, bombas y metrallas, para imponer sobre la faz, la idea insurgente de la palabra.
Sentarse a la vera del camino o ver pasar un cristalino río; acostarse entre el frescor de la tarde y los árboles, y poder delirar, soñar, vivir despierto al mismo tiempo con la mirada relente y perdida, hacia un punto “x” del infinito; tener como hábitat, un tonel – como Diógenes, que renunció al confort que ala vida le ofrecía - , y si es posible, un tonel pletórico de buen vino cósmico, porque el sabor de su líquido, deleita cuitas, y embellece de sones las metáforas.
Delirar, exhalar el aire innato no cuesta nada; saber aprovechar el candor de cada instante; pues, no sea cosa que venga uno de esos que dicen llamarse mesías, y nos prohíbe, nos censure, nos cobre impuesto, o nos privatice la existencia.-

domingo, 19 de septiembre de 2010

Patricia Díaz Bialet

Pista de baile (III)

Bajo el foco celeste y siempre con la mano ocupada
A lo largo del piolín desgajado de su pierna
El borracho se despluma de afectos, de podredumbres
/ajenas


Mientras empuña las copas impensables


Uno tras uno los elixires le aguijonean el recuerdo
Ya no importa quién es o quién ha venido a buscarlo
El borracho presenta su tapón de sueño, su anillo de
/hastío


Y siente como una mano apresa su cintura
Pero es inútil asirlo:
Todo el que se acerque se prende fuego


(Anida un vaso de azufre en sus entrañas)


un lugar en Florida y Marcelo T . de Alvear, Buenos Aires



(del libro: "Agualava" , Atuel/Poesía. 2009)





Buenos Aires
Contacto: pbialet@ssdnet.com.ar

Juan Disante




La Pomeña

Eulogia Tapia es una coplera que actualmente vive en un puesto de campo en La Poma del norte de Salta. Detrás de sus ojos hay un recuerdo y detrás de esa zamba, una entrañable historia que un lejano día vivió.
Aquella vez, sobre el filo el carnaval, en el boliche "La flor del pago" en una mesa disfrutando de un vinito estaba Manuel Castilla. Cuando en ese momento entró Eulogia con su caja bajo el brazo, su cara salpicada de harina y sus diezysiete jugleros años. Y entonces empezó el contrapunto con Manuel en un ir y venir de coplas donde todo era poesía. Un diálogo musical donde debería ganar quien no perdía inspiración. De esa forma, y mientras pasaban las horas y llegaba la nohe, sacaron todo su ingenio de adentro, hasta que Castilla "no tuvo más que decir", según atestigua el cantinero.
Había triunfado Eulogia.
Bajo la mirada atónita del poeta la joven pomeña salió por la puerta para desatar su caballo rumbo "a las casas". No sea que su padre "me sorprenda en el boliche".
Al día siguiente, Castilla que no había asumido su derrota, fue a buscar a Eulogia a su rancho, en donde fue muy mal recibido por su padre don Joaquín "que era más bravo que el cardón".
Al día siguiente, frente a dos vinitos, Manuel Castilla junto al "Cuchi", terminaban la zamba, un verdadero himno salteño cantado en toda América.
Hoy Eulogia, de avanzada edad, se convirtió en una leyenda que deambula por los caminos del norte. Y a pesar de la popularidad de su nombre sus cosas no han cambiado. Cada mañana, apenas asoma el sol, ella sale de su humilde rancho de adobe para ordeñar sus cabras y seguir cortando el trigo de su pan. Llegado el mediodía, saca unas hojitas de coca de su bolsillo y matea con su marido, mientras trata de encontrar un nuevo secreto en las flores de alfalfa que cubren su territorio.


Eulogia Tapia en la Poma
al aire da su ternura
Si pasa sobre la arena
iba pisando la luna

El trigo que va cortando
madura por su cintura
Mirando flores de alfafa
sus ojos negros se azulan

El sauce de tu casa
te está llorando
porque te roban Eulogia
carnavaleando

La cara se le enharina
la sombra se le enarena
Cantando y desencantando
se le entreveran las penas

Viene en un caballo blanco
las cajas en sus manos tiembla
y cuando se hunde en la noche
es una dalia morena

Letra: Manuel J. Castilla
Música: Gustavo "Cuchi" Leguizamón




Buenos Aires
Contacto: juan.tefuisteporlaletra@gmail.com

   Maria Paz Levinson

Lluvia de marzo

Mordemos fuerte la piel rugosa
y jugamos a ver quien escupe más violeta
la piel de la uva es muy amarga
ya de chiquita nace aburrida
si la guían logra ser una planta equilibrada
igual que el adolescente que busca un maestro
si la dejan crecer sin parar, se trepa donde sea
hay que poner sólo unos alambres, no muchos
pero tener algo de dónde agarrarse
la planta joven da muchos racimos
la planta vieja da menos pero mejores
las bayas cuelgan como monedas azulinas
hinchadas de expectativas, de azúcar
todos las probamos y explotan adentro
la uva tiene un pincel de donde se sostiene
chupa el nutriente para la pulpa, la carne transparente
cada vez más dulce, madura lento
también nos contaron lo que hacen cuando hay heladas
prenden tachos con restos de plantas secas
sarmientos buenos para el fuego
el humo imita la niebla, cálida con olor
los hombres llenan los tachos oxidados
muy temprano después de prender en casa su estufa
En el invierno la planta parece muerta
todas las hojas se caen, sólo son troncos retorcidos y pelados
cuando llega el invierno también nos quedamos en casa
la noche del sábado o cualquiera no hay ganas de salir
pero cuando esta por llegar la primavera,
nos manda señales. Por los troncos empieza a circular
otra vez la sangre, es el momento de hablar, juntarse, hacer,
unas gotas de salvia salen de la piel, las plantas se despiertan
vamos a salir de casa, tomar cerveza en la vereda,
brota, (la flor tiene los dos sexos) se fecunda
con el viento pueden perderse muchas flores, dinero.
Adentro de la casa de la uva blanca, el perfume marea
tenemos un techo de uvas blancas y gordas
si todas se pinchan cae una lluvia dulce
los zarcillos se enroscan en el alambrado
los brazos sostienen toda la vid, como un pájaro anclado
los padres andan por el campo tocando las hojas
entendiendo los signos de vigor o decadencia,
de las plantas a la tarde en el campo
bayas, uvas, granos, tres palabras para decir lo mismo
las plantas estresadas necesitan agua
las mujeres tristes necesitan tiempo
las piedras retienen calor y reflejan la luz
los pastos chupan y sacan el agua
el suelo más pobre es el más rico
van a cortar las frutas, se va a generar mucho dinero
todo tiene que estar bajo control
las lluvias limpian el campo
las lluvias limpian el campo de ambición.




Capital Federal.
Contacto: paz.levinson@gmail.com

Analía Pascaner

Un camino sin retorno

El deslucido abrigo de cuero pesaba holgado sobre sus hombros. La cabeza inclinada sobre el pecho, el cuello levantado de la campera, las manos dentro de los bolsillos, todo era inútil para protegerse del viento helado. Oscar Rosales caminaba lentamente por las calles desoladas. La llegada repentina del frío había atemorizado a los vecinos.
Pensaba en Matilde y en los amargos calentitos y espumosos, en la sonrisa luminosa y en el calorcito de la estufa a querosén; pensaba en la mirada amable y en el amparo de las paredes cálidas, en las palabras comprensivas y en su propio desaliento.
Oscar pensaba…
Los cincuenta y dos años se apretaban en su cuerpo, la humedad se concentraba en sus huesos, la angustia se traslucía en su rostro. Desanimado, sus pasos conduciéndolo a ningún lugar, Oscar pensaba: ¡Qué boludo! ¿Cómo pude aceptar la jubilación a los cincuenta? Y no hallaba respuesta a esa pregunta que día a día lo atormentaba más y más.
Bastante tiempo atrás se había agotado el dinero del cheque de la indemnización. Ya no hacía changas en el taller de Edmundo porque el chico de la vuelta, ése que abandonó el colegio, “es más joven y más fuerte, ¿me entiende?”. El dueño del estacionamiento en el cual trabajó unos meses le explicó que “el hijo de Moreno tomará su puesto para pagarse los estudios, buen pibe ¿vio?”. Ya no se reunía con los amigos a tomar unos vinos en el bar, ¿cómo los pagaría?, no le agradaba aceptar limosnas. Lo borraron del club por falta de pago, ahora ni siquiera podía entrar a la cancha para distraerse, por unos pocos pesos, viendo los partidos de su equipo de la categoría “C”.
Se sentía solo. Estaba solo. La muchachada lo fue dejando solo o tal vez él se fue apartando del camino de aquellos obreros de la fábrica que dio de comer a tantas familias durante tantos años.
Y Oscar pensaba… Al flaco Iriarte y al gordo Enrique también los tentaron, los hicieron caer como a él. Iriarte juntó su vida en cuatro bultos y se fue a su pueblo natal, allí lo esperaba su madre; y el flaco se fue porque sabía que en casa de la vieja no le faltaría el puchero. Y el gordo Enrique, buen tipo, se murió “de depresión” comentaban algunos: dejó de comer, perdió la afiliación al club, no aparecía por el bar, no recibía a los pocos amigos que visitaban su casa. Y se murió el gordo, se murió de tristeza y soledad.
Oscar salía a caminar todos los días, empapado por la lluvia o tiritando por el frío, azotado por el viento o agobiado por los cuarenta y tantos grados. Él debía encontrar una salida. Deambulaba todos los días por el barrio, algunas veces lo acompañaba unos metros el chico diferente, ése… el de la sonrisa despreocupada. Esquivaba la cuadra del bar y la manzana del club; evitaba mirar a aquellas personas con quienes se cruzaba en el camino. Descansaba sentado en un banco de la plaza, esa plaza donde nació la idea, esa plaza donde veía a los pibes jugar con la pelota raída, esa plaza donde los jubilados jugaban a las bochas. Los jubilados de antes, los de setenta y tantos años, los jubilados de verdad. Oscar se sentía joven, sin embargo no todos opinaban lo mismo: para ningún trabajo era joven.
Ese día se movía pesadamente, como si sus pies se resistieran a consentirlo en la misión desesperada que tramaba. Su mano acarició el frío del metal que llevaba desde esa mañana en el bolsillo.
Faltaban pocos metros para llegar. Levantó la mirada y observó la bandera gastada sobre la puerta de entrada, un jirón descolorido zamarreado por el viento feroz, y un impulso renovado aceleró sus pasos. Sus pensamientos lo atormentaban y su respiración le quemaba, un nudo comprimiendo su garganta y una piedra hundiendo su estómago. Esa idea lo martirizaba: debía concretarla hoy, le resultaban insoportables las peripecias con que se burlaba desde su mente. Y Oscar pensaba: Matilde… ¿qué diría ella?, y luego se animaba: ¡Qué carajo! por Matilde lo hago, ella se merece algo mejor.
Faltaban pocos minutos para las veinte horas. Sólo se encontrarían Joaquín y la empleada nueva, ambos terminando una jornada de trabajo para luego regresar a sus hogares, disfrutar junto a sus familias, entregarse al sueño tranquilo; ambos sabían que al día siguiente un trabajo los esperaba. Repasó el plan una y otra vez. No había posibilidad de error, la policía jamás andaba por esa zona, a esa hora se internaba en la villa haciendo redadas. Nada podía salir mal. Envalentonado por la angustia traspasó el umbral y allí permaneció inmóvil, la calidez del ambiente lo intimidó.
-¡Qué sorpresa, Oscar! Llegó justo, ya casi cerramos -expresó Joaquín observándolo a través de los lentes-. ¿En qué le puedo ser útil?
Como única respuesta, esbozó una débil sonrisa y se acercó al mostrador susurrando: Pobre Joaquín, cada día más sordo y más miope. La empleada llenaba unas planillas y el encargado regresó a sus papeles. Oscar sacó el revólver del bolsillo y murmuró algo así como “esto es un asalto”. Entonces Joaquín le preguntó:
-¿Cómo dice, Oscar?
Algo más seguro, insistió:
-Don Joaquín, deme la recaudación del día y no les pasará nada a usted ni a la chica.
El encargado, atónito, observó el arma reluciente sostenida por una mano temblorosa, se acomodó los lentes y, con torpeza, abrió un cajón debajo del mostrador. Comenzó a sacar los billetes, los cuales Oscar tomaba y hundía de manera desordenada en sus bolsillos.
-Lo van a agarrar, Oscar, y usted es un buen hombre, usted no es de ésos.
-No soy nadie, don Joaquín, no tengo nada, me dieron la jubilación y me arrancaron la dignidad. Deme la plata y me voy de aquí, sé que usted no contará nada, tampoco la chica.
Terminó de guardar los billetes mientras repetía, como intentando convencerse a sí mismo:
-Lo siento, don Joaquín, no es nada contra usted. Ya me voy y todos olvidaremos este incidente.
Oscar notó la expresión de Joaquín: detrás de los vidrios gruesos sus ojos se mostraron sorprendidos y sus labios se torcieron en una mueca grotesca. Oscar no advirtió que la empleada clavó su mirada en la puerta de calle. De pronto escuchó una frase común, una frase que se le ocurrió irreal, y el silencio se rompió con palabras ásperas, lejanas, contundentes:
-¡Alto! ¡Policía! ¡Suelte el arma! Ponga sus manos detrás de la cabeza y gire lentamente.
Y Oscar pensó… Pensó en Matilde (¡cómo la iba a extrañar!), en sus amigos, en los pibes jugando el picadito en la plaza, en la sonrisa babeada del chico especial, en los años entregados a la fábrica, en el trabajo que esperaba y jamás llegó, en la plata del cheque que voló, en los hijos que no tuvo, en su juventud perdida por las obligaciones, en sus sueños olvidados, en sus ilusiones de tener algo mejor, de ser alguien mejor, de vivir un poco mejor.
Entonces Oscar decidió.
Giró sobre sus talones pausadamente mientras ponía el arma en su sien derecha.
El sonido retumbó en la sala casi vacía del correo.
Y Oscar ya no pensó más.




Catamarca (Argentina)
Contacto: analiapascaner@gmail.com

Armando Tejada Gómez



Resurrección de la alegría

Ya no me acuerdo del olvido
ni de la ausencia lastimando,
solo recuerdo tu silueta
dulce habitante del paisaje,
resurrección del cielo tuyo
entre mis manos y la tarde
ya no me acuerdo del olvido,
ando de sol con tu milagro.


Desde el amor todo regresa
como los pájaros y el alba;
Resurrección: digo su nombre
y lleno el aire de campanas,
porque el que nace a la ternura
vence a la muerte cotidiana,
abre las puertas de la vida
y lleva un niño en la mirada.


Amor que vuelve,
amor que espera,
amor que dura,
amor que nace.


Resurrección de la alegría,
estoy de fiesta con mi sangre,
porque el que nace a la ternura
vence a la muerte cotidiana,
abre las puertas de la vida
y lleva un niño en la mirada.
Resurrección …. Resurrección …



Nació en Mendoza el 21 de abril de 1929 en el seno de una familia de descendientes de huarpes, de trabajadores rurales de muy escasos recursos. Fue el anteúltimo de 24 hermanos. Quedó huérfano de padre a los cuatro años, razón por la cual su madre debió repartir a los hijos. Armando fue criado entonces por su tía, quien le enseñó a leer. Prácticamente no fue a la escuela y comenzó a trabajar a los 6 años, como canillita (vendedor callejero de diarios), y luego lustrabotas.
Poeta, letrista, escritor y locutor argentino, relacionado con la música folklórica. Es el autor de la letra de "Canción con todos", considerado Himno de América Latina. Incluido entre las cinco máximas figuras autorales del folklore argentino.
Falleció en Buenos Aires, el 3 de noviembre de 1992.
Publicó: Pachamama. Poemas de la tierra y el origen, Tonadas de la piel, Antología de Juan, Canto popular de las comidas, Ahí vá Lucas Romero.

viernes, 18 de junio de 2010

Nº 53 - Invierno de 2010

Laura Beatriz Chiesa

Esencia India


Son pieles de canela,
curtidas y resecas
por los vientos filosos
o los soles de arena,
que invadiendo el espacio
-desde un cielo que observa-
los envolvió y en bronce
convirtió sus ojeras.
Su agilidad felina,
su innata inteligencia
los ayudó, pacientes,
a poderse expandir,
logrando con arrojo
frágil supervivencia
porque invadidos fueron
por la blancura hostil.
Soñaron con la vida
tranquila, con sus hijos,
y pronto le enseñaron
a dudar y a morir,
reaccionando en sus lanzas
con impulsos guerreros
que sus Dioses les dieron
para poder vivir.
Y aquellos ojos mansos
brillaron como un lince.
Valientes trashumantes
supieron de la lid,
generando estrategias
que aquel miedo imagina
y no obstante tuvieron
que hincarse y admitir.
Aún hoy vuelan plumas.
Reviven sus tatuajes
y en esas pieles blancas
de nuestra juventud,
regresan sus adornos
con visión de moderno
siendo el alma de aquellos
que retornan con luz.
¡Qué ironía de vida!
¡Qué lección de lo eterno!
¡Cuánta visión absurda
al pretender creer,
que son inventos bellos
de mentes del progreso,
cuando en verdad el paso
se dio para el ayer!
Y cuando más pensemos
en llegar al milagro,
silenciosos iremos
a aquel atardecer,
donde Dios nos creara
cual primitivos seres
porque allí está la esencia
que debemos beber.

(del libro: "De viejos sabores para no claudicar)


Nació en La Plata (Bs.Aires). Argentina
Contacto: labechiesa@yahoo.com.ar

Edgard Morisoli

Antorchas de utopías

Hablo de libros que se hicieron humo,
ceniza, ausencia. Esto ocurrió en la Historia
muchas veces. En China y en Egipto,
en Francia o en España, en toda Europa,
en nuestro continente desde hace cinco siglos,
y especialmente en las infortunadas
ex Provincias Unidas de América del Sur.


Lo ordenaron tiranos, califas, generales,
emperadores sacerdotes
de todo credo y toda tolerancia,
oscuros procesados.
el Santo Oficio con su Index,
los guardianes del Orden y La Ley del Embudo,
sórdida envidia, delación, sensores
de muchas menas, bárbaros cruzados
de cualquier fanatismo,
mesiánicos al uso y al abuso,
y esas mentes blindadas en las que penetra
ni surge alguna idea ni por broma,


Libros quemados. Libros enterrados
para que no los quemen. Escondidos en
buhardillas o sótanos,
errantes, peregrinos
de posta en posta de la resistencia,
y al fin también perdidos.


Libros ardidos, seguirán ardiendo.



Nació en Acebal, Santa Fe, pero está radicado en La Pampa desde 1956. La elección de "radicado" no es casual: la raíz de su poesía se hinca profundamente en esa tierra austera para desplegar desde allí la metáfora del hombre.
En la poesía de Morisoli, se ha dicho alguna vez, se conjugan "vocación y destino". El quehacer poético, conviene recordar, se desarrolló simultáneamente a la labor del agrimensor, que mide, conoce, palpa la tierra con una mirada penetrante que no es la del hombre común.
Su actitud comprometida socialmente está presente desde los comienzos de su obra, pero en los poemas más recientes, donde hay un trabajo de síntesis mayor, profundiza a partir de pequeños hechos, metáfora de la devastación del neoliberalismo. Edgar Morisoli, uno de los poetas mayores de la actualidad, construye, desde la región más postergada de La Pampa, una sólida y bella poesía esclarecedora, hecha menos para el deleite musical que para meterla en nuestro respiro y nuestro pulso".
Entre su obra se destaca: Salmo Bagual, Solar del Viento, Tierra que sé y Al Sur Crece tu Nombre, Cancionero del Alto Colorado, Bordona del Otoño /Palabra de Intemperie, Hasta aquí la canción, Cuadernos del Rumbeador, La lección de la diuca, Última rosa, última trinchera y Un largo sortilegio, a los que pronto habrá que sumar Tabla del Náufrago.

Leyendas Argentinas



El Choiqué

Hace muchos años, cuando todo era llanura, el choiqué caminaba libremente desde la cordillera hasta el océano y desde a Patagonia hasta el Amazonas. Entonces la Ñuke Mapu no había desarrollado la selva, ni las montañas, ni los montes, ni nada.
Caminaba todo el día buscando semillas en el suelo, raicillas y pequeños frutos a los que devoraba con pequeñas piedritas de colores y redondas, picoteando bajo y elevando su cogote para mirar a la distancia. De allí quedó la costumbre de mirar y pasear con la cabeza en alto.
Pero una tarde las nubes comenzaron a juntarse, una al lado de la otra hasta tapar el sol y quedar nublado. Nunca antes había llovido y los animales no sabían muy bien que era lo que estaba pasando. Un trueno rasgó el cielo y el choiqué se asustó emprendiendo una veloz carrera por la pampa. Hasta ese momento no sabía correr pero asustado empezó a hacerlo.
Sabido es que después de los primeros truenos viene la lluvia y así las primeras gotas empezaron a caer pesadamente sobre el suelo.
El choiqué seguía corriendo y cuando empezaron a caer esas primeras gotas grandes empezó a esquivarlas una por una haciendo gambetas y abriendo sus cortas alas en cada giro.
Es por eso que cuando el choiqué se asusta por la presencia de algo extraño empieza a correr velozmente y va haciendo gambetas como queriendo esquivar algo.
En realidad después de aquella primera lluvia quedó esa costumbre hasta nuestros días.-


Choiqué : avestruz
Ñuke Mapu
: Madre Tierra.

Leyenda tomada del libro: "Cuentos y poesías mapuches" del escritor mapuche Peñi Kurvf (Juan Bautista Melo Brandan) América (Partido de Rivadavia) Bs As.( Ediciones "El Horizonte Producciones Periodísticas .2007")



Claudio O´Connor

Letras en el rock argentino

Jungla

O´Connor


Oh! Jungla frondosa,
oh! Jungla aquí estás,
porque encontré,
la fruta sagrada,
y ahora mi vida tiene valor!

Oh! Furia encantada,
oh! Capricho del sol,
siento el olor ,
que emanan tus voces,
¡en la penumbra de mi despertar!

Oh! Lluvia pesada,
Oh! Flujo ancestral,
caen ante mi,
tus hijos amados,
por la desidia del simio campeón!

Entendí mis errores,
egoísmo y temor,
y vencí actitudes,
que arrugaron
mi conciencia de tu amor

( del CD: Naturaleza Muerta) 2008


Es un cantante de Heavy Metal argentino.
Nació en Llavallol, Gran Buenos Aires,, Su verdadero nombre es Claudio Alberto Castro. El apellido O´Connor comenzó a utilizarlo del apellido paterno de amigos de toda la vida de su barrio de crianza en Llavallol, provincia de Buenos Aires, porque le resultaba un tanto mas conveniente para su carrera. Comenzó su carrera en el grupo Mark I, de escasa trascendencia. No llegó a grabar ningún disco con este grupo.
Integró : V8 y Hermética, junto a Ricardo Iorio y Malón.
En la actualida es cantante y compositor de la banda O´ CONNOR


Karina Sacerdote


Poema I

te fugás de vos
para no sentir tanta incógnita
para no tener tanto miedo
porque todo muere a tu alrededor
porque cuando cesan los quejidos
sólo espera la morgue

te fugás y todo es ausencia
todo es falta
todo es no luz
estás inmóvil y solo
ni tu cuerpo te pertenece

solo vos y tu consciencia
solo vos y tu alma
más solo que nunca
desnudo de todo
....................en terapia intensiva


(del libro: "Terapia Intensiva) Ediciones Muestrario (Bs As) Airgentina, 2009.


Capital Federal (Buenos Aires) Argentina.
Contacto: karinasacerdote@yahoo.com.ar

Walt Whitman



No dejes de soñar

No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras
y las poesías sí pueden cambiar el mundo.

Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.

La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima, nos enseña,
nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia.

Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tú puedes aportar una estrofa.

No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
"Emito mis alaridos por los techos de este mundo",
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente, sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.

Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros "poetas muertos",
te ayudan a caminar por la vida.
La sociedad de hoy somos nosotros
Los "poetas vivos".
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas …..

Nacido en Long Island (Nueva York) el 31 de mayo de 1819. fue un poeta, ensayista, periodista y humanista estadounidense. Su trabajo se inscribe en la transición entre el Trascendentalismo y el Realismo, incorporando ambos movimientos a su obra. Su influencia ha sido amplia, siendo tenido como el padre de la moderna poesía americana
Su obra maestra, Hojas de hierba, fue publicada en 1855, costeada por él mismo. El libro fue una tentativa de tender los brazos hacia el ciudadano común con una épica americana. La obra fue siendo revisada y expandida durante el resto de su vida, siendo publicada la edición definitiva en 1892. Luego de un derrame al final de su vida se movió a Camden, Nueva Jersey, donde su salud declinó. Murió a los 72 años, el 26 de marzo de 1892.
Al inicio de su carrera, también produjo una novela, Franklin Evans (1842).
Otras obras destacadas de Whitman : Hojas de hierba (1855), Perspectivas democráticas (1871), Franklin Evans (1842), Días ejemplares (1882).

lunes, 22 de marzo de 2010

Nº 52 - Otoño 2019

Stella Marís Bertinelli de Ingolotti  

Una parte de mi, con ella

Pan y leche, digo. Y fruta. Le alcanzo la bolsa y el rollito de dinero. Mi vecina dice que le pague más tarde. Me estafará, luego, lo sé; pero qué voy a decir si me hace un favor.

El sol de diciembre afuera. Atravieso el corredor en penumbras, las piezas, el olor a humedad, a Español, y a orines. Paso a su lado y la miro.
Duerme; igual escucho que me llama. Su voz, prendida a mis oídos, se desgarra. Retrocedo. Está echada de lado, los ojos semicerrados fijos en un punto. Quiero ir al baño, dice. Me inclino y la tomo por debajo de los brazos. El cuerpo como pegado al colchón. Ayúdame, digo. Con esfuerzo logro levantarla, la arrastro hasta el baño. No te ganas, dice. Te dejo sola y vas a poder, digo. Estiro las sábanas que no alcanzarán a enfriarse, y vuelvo. Muy bien, digo comienzo a higienizarla: mis manos ultrajan su cuerpo. Me lastimás, dice. Hay que lavarse, hace calor, m voz suena impersonal, ajena. Si hace calor, repite. Es diciembre, digo. Y al decirlo pienso en las compras para Navidad, en los regalos; eso no se lo puedo encargar a mi vecina.
La peino, pero ya no estoy con ella sino en un inmenso salón iluminado, una perspectiva de color, de olores mezclados; de cintas rojas y verdes que cuelgan del techo anunciando la Navidad; la gente se saluda, está feliz.
Rodolfo, el reno, sale por los altoparlantes y me arrastra entre las góndolas rebosantes de garrapiñadas, almendras, turrones, olores dulces. Se me hace agua la boca.
Lleváme, dice. Y la a arrastro de regreso. Te voy a sentar un ratito en la silla, digo, después tomás la pastilla. La séptima, y son las once y veinte.
Las luces regresan, las palabras entrecruzadas y las risas. Los chicos corren trepados a los changos; algunos sentados a horcajadas como muñecos bajados de las góndolas. Eso es vivir, empujar el chango y llenarlo de mercadería, chocar contra otro chango, reír sin complejos, Resulta divertido ver la sorpresa en las caras cuando alguien se equivoca de chango. Las madres empujan. Yo empujo. Empujo la silla de ruedas y me detengo frente a la cristalera que da al jardín. Intérname, dice. En algún lugar mío se suelta el último resorte. Cómo, pregunto... Nada, responde y fija la mirada en algún lugar.
La dejo, preparo su comida y, de tanto en tanto, me acerco en puntas de pie.
Con la cabeza un poco ladeada, dormita.
El timbre. Mi vecina m entrega la bolsa y dice: treinta pesos. Volvió a quedarse con el vuelto, le pago y sólo digo, gracias. El sol más alto, más alegre afuera. Me acerco a ella con el plato, la carne en fibras. Abre los ojos un instante antes, esboza una sonrisa y me la dedica. Con el pañuelo apretado en el puño y limpia la ababa que escurre. A comer, digo y trato de sonreír. Separa los labios todo lo que el Parkinson le permite, y le acerco la carne. Una, dos, tres veces. Me hace seña que espera, me pide agua. Apenas moja los labios, y cuando intento que coma otro bocado, niega con la cabeza. Insisto y vuelve a negar. Otra vez se limpia la baba. Eras tan linda, mi nena, dice. Y ahora, no soy linda, pregunto. Ahora sos grande, responde y deja caer una lágrima.
Ahora vos, sos mi nena, digo. Si, una nena que da mucho trabajo. No, mamá, digo y un dolor grande me llena el pecho al comprender que ella comprende y que. Llevo a la cocina el plato y regreso. Me siento junto a ella. Querés volver a la cama, pregunto. No, quiero que me internes. No puedo contener el llanto y la dejo sola. Busco un bolso y lo lleno con su ropa.
Mamá, voy a cambiarte, digo . Para qué, así estoy bien, responde.
Vamos a salir, te voy a poner el vestido azul. Es caluroso, dice. No importa, le contesto y empujo la silla. La baño y la perfumo; me duele en la espalda, en los tobillos, en las muñecas. Es pesada y no colabora. Me arrepiento al pensarlo.
Al fin termino, me miro en el espejo y no me reconozco: el agobio en la frente, a ambos lados de la boca, en los cabellos secos. Hago lo que puedo por mí y empujo la silla hasta la puerta, bajo el cordón. Empujo. Dónde vamos, pregunta. De compras. Qué lindo, dice y seguimos cegadas por el sol de diciembre.
Los bebes sonríen, la lengua fuera de la boca, la baba. Dan un brinco y a cabeza cuelga hacía un costado. Las madres parecen orgullosas, de qué.
Empujo la silla de ruedas, ella trata de aquietar las manos sobre su regazo, los hombros caídos, la boca desdentada. Ese, y el otro lugar, el que niego; el que no me atrevo a nombrar; al que me acerco. La silla se hace más pesada, como si de mis piernas colgaran cadenas; mis ojos, entre góndolas y changuitos.
Los niños, condensados en la luz de la siesta, estiran las manos, con esa expresión cada vez más estúpida, sentados en sus carritos, carros, sillas, sillas de ruedas decrépitas, longevas y esa idea que no se aparta. Fragmentos errantes que toman forma; acabo de llegar. Detengo la silla frente a la reja y oprimo el timbre. Hay lugar, pregunto. Pase, el Director la va a tender, el rechinar de la reja, empujo la silla y entro.
La mano del Director en mi mano. Acompáñeme, dice. Dejo la silla en medio de la sala y lo sigo. El Director me habla del lugar, de lo mejor para ella; no logro escucharlo. Vuelvo sobre mis pasos y lo observo. Los gestos se le escapan y sus manos extendidas `parecen amasar el vacío.
No queda tiempo, me digo. Completo la solicitud y pago. Ya a su lado le acaricio los cabellos rasos, me asomo a sus ojos embelesados en algún punto del techo, y beso una sonrisa que no termina de ser.
El rechinar de la reja, el sosiego en mis espalda. Rodolfo, el reno, detiene el trineo y me invita a acompañarlo con un imperceptible movimiento de hocico. No es posible, digo y lo dejo partir.
Camino entre las acacias que descomponen el sol de la tarde, y me alejo vestida de luto hasta el alma; una parte de mí con ella.

2ª Mención Narrativa: Certamen Literario "Pueblos Ranqueles 2009"


Quilmes. Buenos Aires (Argentina)
Contacto:
stellabertinelli@yahoo.com.ar


Cristina Castello


Jorge Luis Borges: la palabra universal
¿Un ciego con luz, o un lúcido enceguecido
?


«Sentí en el pecho un doloroso latido, sentí que me abrazaba la sed»
J. L. Borges, de «El Inmortal


Jorge Luis Borges es una metáfora de sí mismo. Es uno de los escritores más destacados del siglo XX y un emblema de su patria argentina, donde todos lo nombran pero pocos lo leyeron. Niño prodigio, vivió su infancia vestido de niña por su madre, quien lo llamaba «inútil» e «infeliz».

Su erudición tiene pocos parangones. ¿Fue tan lúcido para descubrir la sacralidad de la vida, como para escribir? ¿O la lucidez dañó esa parte del espíritu donde está escrito que nada de lo humano debería ser extraño?

Pocos artistas son tan amados y aborrecidos. Y se comprende: los versos de Borges son sagrados, pero su boca fue incontinente. Calificó a Federico García Lorca, como un «poeta menor», y de la misma forma honró a los vates de la Generación del XXVII española; no se privó de críticas a Julio Cortázar; de Cien años de soledad, de García Márquez dijo: «Lindo título, ¿no?». Fue implacable con Charles Baudelaire, se ensañó con Pierre Corneille –autor de «El Cid»– y con Isidore Ducasse (el Comte de Lautréamont).

Más: al ritmo de cada sorbo de su té inglés calificó a Arthur Rimbaud como «un artista en busca de experiencias que nunca logró», y criticó salvajemente a André Breton, potencia de imaginación y poesía; y, aunque nacido en las pampas, su anglofilia era tan fuerte como su franco fobia (Juan José Saer dixit). Demasiado, Mister George.

Su sed, su sed eterna. Este 24 de agosto, se cumplen 110 años de su nacimiento, y la pregunta de siempre sigue en pie: ¿Tuvo sed de poesía, o, también –y sobre todo– de sentirse amado por una mujer? Él, la pluma universal, tuvo amores imposibles y sufrió como los personajes de las novelas más vulgares, que despreciaba. Hasta que llegó su cauce: María Kodama, con quien tuvo una unión en el misterio.

Mente prodigiosa, en «El jardín de los senderos que se bifurcan», propuso –sin saberlo– una repuesta a un problema de la física cuántica. Y toda su vasta obra fue un hito, como disparador de la fantasía de lectores y gentes de letras.

A la par, si bien en su momento condenó a Adolfo Hitler y a Benito Mussolini, después hizo loas de autores de crímenes de lesa humanidad: Francisco Franco, Jorge Rafael Videla y Pinochet, entre otros. Asesinos, condenados en tal condición por la Justicia.

Más que por otros poetas, se sintió marcado por el enorme Walt Whitman. Pero, ¿qué asimiló de él? La palabra de Whitman se batía por la libertad de los pueblos y la dignidad humana; la palabra hablada de Borges defendía –también– la invasión-masacre norteamericana en Vietnam.

Su obra de ficción, plena de ironía, es sobria y precisa pero, en general, tiene una gran distancia con la vida viviente, como si lo que escribía hubiera pasado por su cerebro y no por su sangre; está plena de símbolos, de metáforas tan ricas como poco comprensibles para la mayoría; tiene un sentido metafísico, y muchas veces intensamente lúdico. «Historia universal de la infamia» y «El Aleph», entre otras, son piezas maestras del siglo XX.

Borges fue uno de sus espejos de tinta. Un acertijo. Una suerte de estatua de sí mismo, un monumento, un ser sin piel, por cuyos poros asomaba su inteligencia. Pero en la poesía que escribió asoman sus venas terrenales, irremediablemente: [...] Sin que nadie lo supiera, ni el espejo, /ha llorado unas lágrimas humanas. /No puede sospechar que conmemoran /todas las cosas que merecen lágrimas (de «La cifra»).

La poesía es una voz: la vida viva. Ni siquiera este hombre de la esquina rosada, pudo esconderse tras los muros de cristal del poema. El poema no tiene tapias: es revelador.

La hora de la espada: Borges, Pinochet y Videla

Amaba la música de Pink Floyd, de Los Beatles, de los Rolling Stones y de Brahms. Adoraba a «Bepo», su gato. Mientras, aplaudía al gobierno que hizo desaparecer a 30.000 personas –luego de torturas satánicas–, durante el golpe de Estado de 1976 en Argentina. Abrazado a su gato, Borges reclamó públicamente «cien años de dictadura militar».

«Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno», dijo en mayo de aquel año. Se refería a la reunión que mantuvo con el genocida Jorge Rafael Videla, primer presidente de facto de aquella etapa; había asistido, presuroso, con Ernesto Sábato, quien fue después defensor de los derechos humanos: los rictus de la vida.

El tiempo hizo su juego y en1980, con o sin el gato «Bepo», recibió a las Madres y a las Abuelas de Plaza de Mayo, gesto en el cual –aunque ella lo niega, discreta– hay una influencia evidente de María Kodama. Entonces se mostró conmovido, y hasta indignado con los militares asesinos; y reiteró esa conducta cuando, ya en democracia, se juzgó a los desaparecedores de seres humanos: recién en ese momento quiso enterarse de los suplicios y muertes sufridos por sus congéneres, y escribió una crónica para la agencia EFE. ¿Había despertado por fin su lucidez para la fraternidad? Ojalá.

Pero las palabras son una suelta de pájaros: imposible remontarlas cuando vuelan a voluntad del viento. ¿En cuántas personas influyeron sus primeras declaraciones? ¿Cuántas, sin pensamiento propio, repitieron los conceptos del poeta sólo porque «lo dijo Borges»?

Paseó entre laberintos, espejos, libros de arena, ruinas circulares y bibliotecas de Babel. Cultivadísimo –es una de las más grandes glorias mundiales de la literatura– se fue de este planeta el 14 de junio de 1986, siempre en espera del Nobel. La condecoración que, orgulloso, había recibido de las manos con sangre de Augusto Pinochet, fue un escollo insalvable para el premio. Aquel día se alborozó con su flamante doctorado Honoris Causa de la Universidad de Chile, y enarboló la hora de la espada. La hora de la espada, el discurso reaccionario de Leopoldo Lugones, quien –con esas palabras– avalaba la siembra de muerte de los futuros golpes de Estado.

Borges fue Borges, ni más ni menos, a pesar de haberse definido como anarquista. A los 17 había sido tildado de comunista, con la prohibición de entrar a Norteamérica. En realidad, sólo había tenido un enamoramiento adolescente de la Revolución Rusa, fuente de inspiración para el poemario «Los salmos rojos», que destruyó tres años después. Sólo se publicaron los versos de la poesía que da título al libro, en la revista «Grecia», en un periódico de España y en otro de Ginebra.

De su pecado de juventud sólo queda esa huella, y las cenizas de tantas estrofas incendiadas.

En 1983 anunció su suicidio en el diario La Nación, en el relato «Agosto 25, 1983». Por cierto que no se quitó la vida; y justificó haber jugado con las palabras y con la opinión pública, en su cobardía para auto inmolarse. ¿Buscaba con sus actitudes, la fama y el espacio que su país le negaba como escritor? ¿Era un exquisito provocador?

Lúdico, me dijo en una entrevista que el deporte que más le gustaba era la riña de gallos; y con su proverbial ironía bajo el aspecto de ingenuidad, se preguntaba por qué en el fútbol 22 hombres corren detrás de una pelota, en lugar de comprar 22 pelotas.

Se jactaba de haber tomado mescalina y cocaína en su juventud. Pero aquello no duró más que un instante: su droga dura fueron los caramelos de menta, y su devoción, la merluza hervida.

Travieso, guardaba billetes de 10, 50 y 100 dólares entre los libros de su Paraíso: la biblioteca. A pesar de no haber creído en ningún dios, antes de morir rezó el «Padre Nuestro», porque así lo había dictaminado muchos años antes, su madre. Doña Leonor Acevedo seguía rigiendo el destino del hijo –el «inútil» e «infeliz»–, obediente hasta el último soplo, que exhaló el 14 de junio del ’86.

«Me duele una mujer en todo el cuerpo»

Su padre lo llevó a un prostíbulo en Ginebra, para que ejerciera por primera vez como varón; y desde entonces, el amor le fue una frustración. Muy amigo de Adolfo Bioy Casares, escritor y caballero excelso y de una personalidad fuertemente seductora, Borges vivía a través suyo, lo que la vida no le daba: la pasión de una dama. Se sentía el patito feo.

El nombre de una mujer recorrió el mundo en los versos borgianos: «Yo que he sido todos los hombres, no he sido aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach». Matilde no existió jamás: era el personaje de una novela ignota y de baja calidad, a quien él dio entidad universal con su estrofa.

La soledad puede ser una telaraña.

A Elsa Astete Millán, su primera esposa, la conoció en 1931, cuando él tenía 32. La relación fue terrible: sin amor, sin pasión, sin interés de ninguno de los dos por el otro. Ella se enamoró de Ricardo Albarracín Sarmiento, dejó al poeta ciego y amante de las espadas, y se casó con el candidato nuevo. Sólo después de decenios, Elsa relató aquel fracaso, sin mucha elocuencia:

―«No se dio», contó, apenas.

―«Sólo la esperaba a ella», gimió el poeta a modo de narración.

Para mitigar la espera, Borges se enamoró de Estela Canto –quien jamás lo amó–, de Silvina Bullrich, de María Esther Vásquez, y más.

Y llegó 1965 –habían pasado más de treinta años– y el reencuentro con Elsa. Él ya estaba casi ciego, tenía 68 años y ella 57. Sin que le importara su agnosticismo, se casaron por iglesia: por amor, todo podía sacrificarse. Al menos eso creyó.

Doña Leonor Acevedo había influido una vez más: ―«¿Cada noche de su vida, antes de acostarse, miraba tu foto», dijo a su futura nuera.

El matrimonio se terminó después de tres años, en 1970. Georgie se cansó: sin una palabra, salió de la casa conyugal y no volvió jamás. Unos meses después, mientras paseaba con su sobrino por la calle Florida de Buenos Aires, Elsa Astete Millán se cruzó con el escritor y lo saludó:

―«¿Quién es? », preguntó el poeta, ya totalmente ciego. ―«Es Elsa, tío», fue la respuesta

―«¿Y quién es Elsa?», repreguntó Borges.

Enterraba el amor, ¿el amor? ¿Fue Millán la pasión que le hizo escribir me duele una mujer en todo el cuerpo? Todo hace pensar que no, pero... Qui sait?

Alcanzó la fama recién en la antesala de la vejez, a pesar de haber comenzado su vida literaria como un superdotado. A los siete años había escrito en inglés un resumen de la mitología griega; a los ocho, el cuento «La visera fatal», inspirado en un episodio del Quijote; y a los nueve tradujo del inglés «El príncipe feliz» de Oscar Wilde.

Su obra incluye cuentos, ensayos y poesía. Fue un innovador, abrió senderos. No hay que olvidar que dos de las grandes revoluciones de la lengua castellana, tuvieron su origen en la América morena: una fue la de Rubén Darío y el modernismo; y la otra, la de Borges, a partir del cambio que impuso a la narrativa. Además, hizo guiones de cine, crítica literaria y prólogos; escribió en colaboración con otros escritores, y tradujo obras del inglés, francés, alemán, anglosajón y escandinavo antiguo.

Era como Leonardo da Vinci, complejísimo y lleno de matices, con inteligencia fascinante e imaginación enorme. ¿Era como el genio da Vinci? Así lo siente María Kodama. Cultivadísima, escritora e incansable cancerbero de la obra del Maestro, ella amaba tanto «su rostro de conejo» como verlo reír tal «un cachorro de tigre al sol».

«Ulrica», según él la llamaba –nombre nórdico que quiere decir «Osita»–, escuchó por primera vez un poema del que sería su esposo, cuando tenía cinco años; lo conoció a los 12 y la relación amorosa empezó a finales de los’60, pero se hizo exclusiva, desde el adiós a Elsa. «Osita» fue también un gran soporte de la actividad literaria y personal de Borges, lo ayudó en la dirección de su colección «Biblioteca personal»; y escribieron juntos, en colaboración, «Breve antología anglosajona» y «Atlas».

Fue desenfadada, fresca y espontánea con el Maestro: a pesar de su juventud, le discutía cosas que podrían haber parecido una insolencia y que, sin embargo, a Georgie le gustaban y divertían. Y así la disfrutó: libre como un animal en la selva, según ella se define, a costa de ser prisionera de su libertad.

María fue los ojos a través de los cuales Borges descubrió geografías, amaneceres y obras de arte presentidas pero vedadas para sus pupilas en penumbras. Hoy, el poeta descansa –por su elección– en el cementerio Plainpalais (Ginebra), cerca de donde había tenido su primera experiencia sexual, en aquel prostíbulo. Vaya coincidencia.

Y tantos amores frustrados, y tantos versos, y dos esposas, tan diferentes.

Elsa le había dicho:

-«Georgie, aprovecha tu cuarto de hora; hoy estás en el candelero, pero dentro de dos o tres años nadie se acordará de vos».

María lo acompañó hasta el final y hoy recorre el mundo, para mantener vigente y hacer crecer la obra del poeta. Y no le debe de ser fácil: no es sencillo tener talento y ser la viuda de un grande, en un país como Argentina, donde tantos quieren apropiarse del alma del Maestro. ¿La amó? Nadie puede saberlo, el corazón del hombre es insondable, aún para sí mismo.

«Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. / Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines de Oriente y de Occidente, cuánto Virgilio», le escribió, entre tantos versos. Es como el ojo del huracán: serenidad y silencio cuando todo se arremolina a su alrededor, dijo de su mujer.

«Y que nadie temiera», está grabado en la tumba de Jorge Luis Borges, un grande de las letras y un poeta sin compromiso con la vida humana. Sediento, lúdico, incontinente verbal, brillante, desamparado, a veces un niño. En los días anteriores a su muerte, contaba a su esposa de los caramelos «toffie» que le compraba su abuela, hablaban de literatura y estudiaban árabe.

¿Fue un hombre ciego pero con la lucidez a flor de alma, o la luz del conocimiento lo encegueció? «Debo justificar lo que me hiere. /No importa mi ventura o mi desventura. /Soy el poeta», había escrito.

Quizás sea la mejor sentencia y la única conclusión.


es poeta y periodista, bilingüe (español-francés) y vive entre Buenos Aires y París.
Contacto:
info@cristinacastello.com


José Luís Fransinetti

Retro de la nostalgia


"Desde el umbral de un sueño me llamaron
Era la buena voz, la voz querida"
Antonio Machado



Canta la tarde henchida de jilgueros.
Piacenza. Pietro triste. Canzoneta.
Un sueño azul columpia en la glorieta
y el campo tañe en solo de boyeros.

Violín. Churrinche en fa. Los postrimeros
vuelos en fuga de la tijereta.
El nono viene y va. Su sombra inquieta
azula el alma gris de los senderos.

Un río en arrebol es el poniente.
El rancho, tordo negro en la enramada,
desvela en grillerío su sordina

El surco aviva un sueño de simiente.
Y el alma vuela al sur – canción alada-
en un ebrio bemol de cinacina.


II

Duele la tarde, diapasón sonoro,
en la campiña roja de los trinos.
Allende el mar; la aldea, los cetrinos
zarzales del ayer, el vino de oro.

Tejes tu sueño.En desvelado coro,
trama el jilguero en sed de otro caminos
la fuga a la nostalgia, a esos destinos
donde la voz retoña lo que añoro.

Piacenza azul de trinos y parrales.
Arcón lejano – sombra y elegía-,
Nono triste del alba, sombra ignota.

Un adagio de tordo y poesía
añeja en el bemol de los zorzales
el vino dulce de la tarde rota.


1ª Mención Poesía : Certamen Literario "Pueblos Ranqueles 2009"


General Belgrano . Buenos Aires (Argentina)
Contacto:
joseluisfransinetti@yahoo.com.ar


El poder que duele

Ya puedes respirar sin mí
descolgarte del alero de mi pecho, otrora tibio
transitar el incurable sendero de mis dolientes úlceras
y mecerte en el laberinto de mis arterias carmesí
salpicadas de ausencias, de sangre y de nostalgias.

Ya puedes volar sin mí
respirar por mi garganta los genes violetas
jugar con éxtasis de la risa emancipada
y olvidar mi dorso débil
como las sombras tiesas de los árboles perennes.

Ya puedes respirar y volar
pero festejemos las semillas y los partos
el aroma de la nata y de los pájaros
hagamos un culto de palabras y sentidos
para fortalecer el musgo y el lecho
donde divagamos.


3ª Mención Poesía : Certamen Literario "Pueblos Ranqueles 2009"

Pergamino,. Buenos (Argentina)
Contacto: gretamama@hotmail.com

Elbis Gilardi

Un tiempo que encoge

Se encogió tanto que lograban bañarla en el lavabo. Los pies eran la réplica de un suspiro, las manos sólo se percibían porque intentaban tomar los pulgares de quienes la bañaban.
Ella había imaginado sus tiempos, caían en madejas al sillón de mimbre, antes, cuando todavía podía recogerlos y armar barriletes de recuerdos para ponerlos sobre el fuego del hogar y traducir sus soledades.

Se volvió a encoger algunos centímetros, había que cuidar a que su cuerpo no resbalara por esa fuente de porcelana. Su cuerpo terminaba en un triángulo de piel seca. Cada vez era más etérea. La enfermedad la había fagocitado lentamente. De sus ojos quedaba la luz que interpone a la mañana entre el iris y la distancia. Tantas atrocidades había visto por ellos. Creyeron percibir una sonrisa que se escabulló por las dos burbujas que la sostenían de la cintura.

Se volvió a encoger, ya no sabían cómo tomarla. Sintieron el aleteo de un pájaro invisible sobre los hombros. Cuando volvieron la mirada al lavabo ya no estaba. Una bandada de golondrinas – poco comunes en estos lugares- se disputaba un trozo enhiesto de aire humano
.
3ª Mención Narrativa : Certamen Literario "Pueblos Ranqueles 2009"

Brinkmann . Córdoba (Argentina)
Contacto:
elbisgilardi@brinet.com.ar

María Marrodán Gironés

El poder de una palabra


¡Cómo pueden destruir las palabras!
Hacerte bajar a los infiernos,
ser la mortaja de la muerte,
el amuleto de un dios venido a menos.

Un interrogación en la penumbra.
Un tren sin estaciones.
Una estrella sin cielo, un camino
sin trayecto ni final. La s horas vacuas
en el reloj de la sonrisa. Hielo
en manos del poeta.
Un alba sin futuro, una novia sin altar.

¡Cómo pueden alzar unas palabras!
Hacerte creer en la fe que no profesas,
la suerte que no tienes,
las verdades a medias.

Percibir la muerte como un paso,
imaginar la vida como una coartada,
iluminar un gesto,
enamorar a una lágrima
redimir un pecado.

Qué desolador, fatuo, mordaz, bendito
poder tienen las palabras.

Como te aman y te matan, y, a menudo,
una sola nos basta para ello.

2ª Mención Poesía : Certamen Literario “Pueblos Ranqueles 2009"

Logroño (La Rioja) España
Contacto:
maríamarrodan@hotmail.com

Elio Bernabé Piñero

Delicia

Lucas González tiene menos de quince mil habitantes y es difícil, saliendo del pueblo, precisar dónde deja de ser pueblo y se convierte definitivamente en campo. Cosas de la soja: verdear cualquier pedacito de tierra disponible.
Doce kilómetros hacía el norte de Lucas, como yendo para Maciá por la ruta doce, un estrecho camino de tierra se desprende a noventa grados de la carretera, se interna media legua en el yuyo y desemboca enla tranquera de La Mansita, una propiedad de ciento ochenta hectáreas sojeras, antaño vaqueras.
En la cocina de la casa, ahora que el estrépito de los pájaros anuncia la claridad de abril, Delicia prepara científicamente el mate amargo dejando hinchar la yerba como Dios manda, agregando carqueja al agua para el hígado del patrón y unas hojas de malva para sus propias hemorroides.
Hace poco cambiaron el viejo Ericsson gris de la Compañía Entrerriana de Teléfonos por un inalámbrico, y ella no se acostumbra aún. La melodía boba zumba cuatro veces hasta que la reconoce y atiende. Está adiestrada para no darse a conocer antes que el otro.
-Hola – dice, escucha unos diez segundos y se revela – yo soy la empleada del patrón. Él está descansando, todavía.
Otros diez segundos y se larga a caminar sujetando fuerte el aparato, hacia el pasillo que conduce a los cuartos. Se detiene ante una puerta de madera maciza, golpea con los nudillos y abre. Se acerca a la cama, extiende la mano con el teléfono.
El viejo reacciona rápido. Incorpora el torso amplio, aún robusto, recibe el aparato y agita la mano con gesto de impaciencia, ahuyentándola.


Abre la canilla de agua fría, deja caer un chorrito sobre el hueco de la bombilla. Chupa y escupe, ceba y escupe, repite la acción con agua caliente. Lleva mate y pava a la mesa, busca el cuchillo de cortar pan, troncha rebanadas de una hogaza y les esparce mermelada de higo, buena para el asma, la constipación.
El patrón es un relojito. Delicia lo sabe bien. Nunca más de diez minutos separan el despertar de la irrupción perfumada de la cocina, blanco yuyo matinal amansado con glostora, traza imponente de viejo toro recién bañado.
Desayunan sin palabras, como siempre, los pájaros en la arboleda celebrando la tenue luz, atosigando el murmullo de radio Victoria.
- Me acaban de llamar del juzgado. Me dicen que viene la policía – dice de pronto él, descargando el puño sobre la añeja mesa de algarrobo.
Ella abre los ojos negros así de grandes e intenta asimilar, darle entidad a los fonemas juzgado y policía.
-¿Es por la causa?
-Es porque la justicia se llenó de zurdos. No tendríamos que haber dejado ni uno, ese fue el error. ¿Y qué quieren ahora? ¿Me podés decir que mierda quieren?
- Pero no lo vendrán a meter preso…
- Me voy a subir un rato al tanque viejo, no va a pasar nada. Ya me dijeron que van a revisar la casa y un poco alrededor, como para cumplir. Vas a decir que me fui a Uruguay, a lo de mi hermana. Si siguen rompiendo las pelotas me voy en serio, ya estoy grandecito para vivir escondido.
-Le voy a preparar una botella de agua y una rodajas de pan, no sé si va a querer algo más…
-Los cigarrillos y la radio chiquita, espero que tenga pilas. Pan no, si es un ratito.
-Tiene pilas nuevas. Las cambiamos cunado volvió de cazar, la última vez.
Mientras el viejo se ausenta para ir de cuerpo Delicia pone el suyo frente al destino, y va acomodando las cosas en un raído morral del Ejército Argentino – marchito verde oliva, desdibujada escarapela. Recuerda el remedio para el corazón, ataja al patrón cuando regresa alivianado:
- No se me olvide la pastillita, no vaya a ser que le quiera falla el bobo.


Salen des la casa, atraviesan la galería de lajas, se internan en el césped empapado de rocío.
Caminan veinte metros hasta la torre cuyo cubo superior supo ser el tanque de agua del casco, hasta que un problema de napas lo dejara inoperante.
Trasponen el vano sin puerta e ingresan a la planta baja, donde se acumulan los viejos postes, partes de máquinas desahuciadas y un interesante ecosistema de hongos, insectos y roedores.
Adosada a una de las paredes, la escalera marinera se eleva unos doce metros hasta la tapa esclusa de la losa. Antes de subir el viejo la ahuyenta de nuevo, y esta vez ella acepta con gusto alejarse de tanto bicho.
Como si hubieran estado esperando que el coronel se oculte, un destartalado duna de la policía y un cuatrocientos cinco de la justicia se detiene frente a la entrada, exhiben la orden del juez federal, escuchan a Delicia y fingen creerle. También fingen revisar la casa sin resultados y se van por donde vinieron: el camino de tierra, la doce angosta y ondulada hasta Paraná, sede del juzgado donde se tramita una causa por sustracción de menores cometida hace treinta años – delito que no prescribe por considerárselo de lesa humanidad.
En el interior del coche judicial, un mequetrefe de escritorio se atreve a mencionar las claras huellas en el césped, dos pares en dirección al tanque, sólo un par en dirección contraria.
El corpulento cincuentón sentado a su izquierda lo felicita por la perspicacia y le aplica un buen codazo en las costillas. A su derecha un anciano calvo, con pinta de chucho garronero, explica:
-Lo van a pescar igual. Están viendo qué le pueden sacar antes.


Entretanto en la antigua cisterna, doce metros por encima del campo, el coronel gira frenético sobre su propio eje, revoleando el talego, mientras parece zapatear un malambo demente. Pretende con esa conducta, sin conseguirlo del todo, espantar a las ratas que desean examinar al forastero y a los murciélagos que aletean por decenas a su alrededor. El terror se hace patente, casi palpable, cuando registra en sus pantorrillas el cosquilleo inconfundible de insectos circulando pierna arriba. Interrumpe zapateo y revoleo, arquea la espalda para ocuparse de los bichos más se lo impide un bruto ataque de tos provocado por el polvo suspendido, fino como talco, tan orgánico como mineral.
Tose y tose y ya no sabe qué mierda le camina por las patas, los muslos, la entrepierna. Un rayo de lucidez lo guía hasta la tapa de la esclusa. Se arrastra con dificultad, respirando apenas a través del suéter sostenido con la mano a la altura de la boca. Toma la argolla incrustada en el centro de la circunferencia de hierro y nada. Tira con fuerza, se embadurna las manos de sangre y óxido y nada. La tapa no cede. Está agitado. Los alvéolos pulmonares comienzan a saturarse de polvillo microscópico y el oxígeno en sangre se torna insuficiente. Aparece el dolor en el brazo izquierdo, primero a la altura de los bíceps, después extendiéndose hacia la mano y el hombro, hasta interesarle toda la parte siniestra del tronco superior. Desparramado en el piso, el viejo adquiere una sólida conciencia del infarto y agoniza fugazmente, echando putas a las madres de los zurdos. Las ratas ya están sobre él, los bichos le caminan como un muerto y los murciélagos sobrevuelan el glostora, iracundos por la interrupción del sueño matinal.
La consumada claridad del día, ahora si, filtra por el tragaluz pegado al techo inundando el cubículo, que poco a poco recupera la quietud.


Delicia está acostumbrada al silencio omnipresente, al esporádico sonido de las cosas; su cuerda interior vibra de un modo más cercano a la intuición que a la razón. Como además ha pasado una larga mitad de vida junto al patrón, alejada de otros hombres, no es difícil suponer que ha prosperado en ella un vínculo furtivo cercano al amor. Sin saber de qué se trata, como una suerte de dolor punzante localizado fuera del tiempo y el espacio mensurables, intuye el infarto del viejo.
El paso de las horas confirma lo que presiente y el dolor, sin dejar punzante, se materializa en muestra palpable, visible, audible, olfateable y degustable dimensión.
Así las cosas, llora un copioso vendaval que se extingue cerca del mediodía, dando lugar a un sexto sentido de practicidad campera, femenina, y comienza a barajar opciones para el futuro inmediato, el único posible dadas las circunstancias.
Busca el teléfono y llama a Lucas, a la casa de su hermana Elsa. Atolondrada y lacrimógena refiere lo sucedido, escucha la respuesta y aprieta tres botones hasta dar con el que corta la llamada. En una bolsa grande de la tienda El Mago mete su ropa y el rosario de madera, las alpargatas nuevas, y los zapatos de ir al pueblo. Con el bagallo aprontado cierra ventanas, llaves de luz y gas, tranca la puerta principal y sale por el fondo, esquivando un par de ponedoras que picotean las migas del desayuno. Se sienta en un banco de la galería a otear el camino, esperando la chata del cuñado.
Cuando el ford recorta el horizonte, Delicia mira por última vez el viejo tanque. Cierto séptimo sentido traspasa los muros hasta el cuerpo inerte del coronel. La despedida es como hueca, rebota en el vacío.
1ª Mención Narrativa : Certamen Literario "Pueblos Ranqueles 2009"
Paraná. Entre Ríos (Argentina)
Contacto:
elioyvani@hotmail.com