miércoles, 17 de septiembre de 2008

Mapuche/46 - Primavera - 2008

Poldy Bird

La Jirafa de azúcar


Para mi tía Sarita
Bueno, tu familia también tiene su historia, ¿eh mamá?
Por ejemplo, tu tía Sarita... ¿Cuántos años vivió metida en la cama, sin salir a la calle?
Oído así parece grave...
No sé cuántos años... muchos. Desde que yo tenía siete, hasta que se murió.
Y aunque parezca mentira, nunca me pareció “encerrada” en la casa. Veo a un montón de personas encerradas en prisio­nes verdaderas mientras caminan por las calles, engañan o son engañadas, fuman rabiosas en mesas de bares, llevan la soledad y el odio pintados en los ojos.
Jamás se conmovieron por sencillas his­torias de amor teatralizadas por la radio. No sueñan. No creen. No hablan más que de “pertenencias materiales”, su status es una etiqueta de marca cosida en el trasero del jean, o bordada en el bolsillo de la camisa...
A ella nunca le importaron esas cosas.
-Pero se lavaba las manos con alcohol.
-¿Y qué? Se lavaba las manos con alco­hol, pero no las usaba para contar dinero de coimas v negociados. Sus manos “sin micro­bios” no golpearon a nadie.
-Tampoco acariciaron.
-Ella no usaba las manos para acari­ciar, pero me acariciaba con cientos de cosas que son caricias para una niñita... ¿Con qué te acarician tus normales y sanas tías?
¿Cuál de ellas le puso a tu alma un par de alas de mariposa para que volara con la músi­ca de Brahms y Wagner? ¿Te hablaron de las copas de cristal rotas por una aguda nota de la garganta de María Barrientos? ¿Te hicieron entornar los párpados mientras pasaban un disco de Enrico Caruso por la radio? ¿Te contaron, como si fueran cuentos las histo­rias inolvidables de las óperas, mientras las transmitían desde el teatro Colón? ¿Te explicaron los colores de la selva de Tarzán?
Sentadita a los pies de su cama, yo me maravillaba con el tamaño que cobraban las mosquitas cuando ella las veía, ¡ocupaban una habitación cada una!
Con mi tía Sarita podía hablar de cual­quier cosa: de mi mamá muerta, de los fan­tasmas que te tiran de los pies y te despier­tan, de la mala de Isabel que me pegó un caramelo en el pelo durante el recreo de las diez.
Ella creía lo que yo decía y yo le leía mis versos y no me avergonzaba de llorar teatralmente para impresionarla.
En un mundo en el que todos estaban apurados, ella tuvo tiempo para la niña que le ponía demasiada manteca a los scons.
Para ella fui preciosa, inteligente, sensible, creativa.
Cuando aún no estaba en cama, cuando, todavía iba al centro en tren, me compraba a malitos de azúcar: unas confituras preciosas coloreadas que me comía de a poquito, así duraban más.
La que me gustaba era la jirafa, a la jirafa le dibujaba pestañas...
Ella, mi tía Sarita, me enseñó lo que es la confianza.
Jamás se le ocurrió imaginar que su espo­so Pascual, que vivía con su hermano François (Fransuá, el francés que regresó vivo de la segunda guerra, a la que fue a com­batir voluntariamente) hubiese podido siquiera “mirar” a otra mujer; aunque con ella no convivía desde que la “neurosis obse­siva” la confinó a una cama.
Todos los jueves y domingos, durante los años que vivió, Pascual la visitaba, con su bandeja de masas para el té, su voz alegre y alta, sus entusiastas “¡Bravo, bravo!” cuando algo le parecía interesante. Jamás faltó. Jamás se quejó.
Y a ella le brillaban los ojos claros al oír el timbre de las cinco menos diez cada jueves, cada domingo.
Él, mi tío Pascual, me enseñó lo que es el respeto...
Como verás, mi familia también tiene su historia.
De la más dramática, aprendí a amar a Chopin y Paganini, a Verdi y Beniamino Gigli, a llorar por la Traviata y Madame Butterfly, a aplaudir sin ruido los pasajes armoniosos de Sílfides, de Pedro y el lobo, a cerrar los ojos para “mirar” las historias de la radio...
Viajé más kilómetros sentada a los pies de la cama de mí tía Sarita, a los ocho y nueve años, a los diez años... que los que recorrí después, durante el resto de mí vida...
Imaginate...
Una jirafa de azúcar...
Escritora nacida en Paraná, Entre Ríos en 1941. Vive en Buenos Aires.

Luis Franco

Canción de los niños con hambre

a González Pacheco
¿Que aún se ignore que el hambre es
peor que todos los inviernos?
Se me saltan los ojos
y los pulsos, ebrios.
Mi rebelión aúlla oscura
más que en la nieve lobo hambriento.
Cantaré como los piratas
pulsando con el viento
y el alma desterrada
el cordaje velero.
Que ignoréis lo demás, no importa:
hay niños con hambre, sabedlo.
Niños que lloran
con llanto de hombre, oh cielos.
Para que ocurra,
sabedlo,
que el sanhedrín de mercaderes
que regentea el mundo entero,
y los que guardan sus espaldas,
esté contento, estén contentos…
(por la hidrografía,
ay, del llanto ajeno,
navega la flota
de los monederos)
el mundo, el mundo se contempla,
ved, de sí mismo prisionero,
de su propia dureza, digo,
igual que un río de sus hielos.
Y tiene que haber y hayle,
es cierto,
río de hormigas, cordilleras
de falsía y desprecio
(palomas empollando
huevos de víbora estoy viendo)
y tan profunda erudición
de desencanto y sufrimiento,
y tantos rincones del alma
con telarañas y murciélagos,
y Jobes vestidos de lepra
sin más báculo que el lamento,
y golpes de tos o de sangre
en que alienta todo el infierno
como en ola de tempestad
todo el océano.
¿Infierno? No,
que no hay infierno:
hay corazones congelados.
Eso es todo, sabedlo.
Gentes que hablan con palabras
más encendidas que los besos
justamente cuando se miran
con ojos de témpano.
Oh, todo eso,
en tanto discuten el mundo
diplomáticos y barberos,
y las ganancias de los rábulas
como tumores van creciendo,
y doquier hay niños con hambre,
o muertos de hambre ya, creedlo,
y hay que los ángeles del hombre
(los tiene el hombre aún, no miento)
tapan sus ojos con sus alas
para no ver, para no verlos.
¿Para qué el mundo, entonces?
¿Y para qué los parlamentos
o los motores o los héroes
o el verso?
¡Y no preguntes para qué
siglos de rezos!
Si a alguien colgara yo mi pena
le quebraría el cuello.
Mordiendo los sollozos
madrugaré a chiflar al viento,
el que hurta los robles podridos,
el que cabalga los incendios.
Porque he aquí
que yo traigo un secreto:
el alma nocturna del hombre
va amaneciendo.
Y un día van a jubilarse
al fin los monederos,
y ese día comerán todos,
aun los más trágicos hambrientos
de hambre de pan o de espíritu.
Y tan sólo por ello,
el mundo corcovado
de fraudes y de inviernos
va a renacer un día:
ya renacer lo veo
temblando en la luz cual patito
recién egresado del huevo,
y ya un ritmo de cuna
oh cielos,
y una canción de cuna
al mundo van naciendo
y aletea, aplaudiendo, el ángel
que el hombre aullante lleva adentro.


(de : PAN (1947)


Nació en Belén, Catamarca, el 15 de noviembre de 1898.Murió el 1 de junio de 1988, próximo a cumplir sus 90 años en un asilo de ancianos de Ciudadela (Buenos Aires), donde transcurrió los últimos años, sobrellevando la soledad y la pobreza.

María Alicia Gómez de Balbuena

El Vuelo

A una incondicionada amiga
con especial cariño


El despertar de trinos en el patio interno, le anunció el comienzo de un nuevo día. Ella desperezó sus pensamientos y valoró el instante …
¡Era una concesión más! Otra oportunidad acaso, para que su agotado espíritu recorriera jardines de sueños, intentando retener la vida de quien descansaba en el lecho contiguo, vida que se le iba de las manos como una flor efímera, que se agota perfumando la partida ...
El creciente resplandor de la mañana reverdeció los pinos. En lo alto, como una fruta madura, y casi confundida con los colores del árbol, una cigarra hacía escuchar su canto sonoro, celebrando la vida con su breve y reiterada estridencia.
Todo predisponía a la ensoñación, pero ¿renovaría junto con sus sueños los momentos de dolor que hace dieciocho días concitaban su atención? ¿Sería acaso aquél el instante supremo ¿
Casi sin darse cuenta, la magia del momento, fue retrocando la realidad de esas horas marchitas en un ayer de felicidad compartida.
Comenzó a verla joven, animosa, vital. La pensó decidida, laboriosa, enérgica en sus caprichos. Ser vió a sí misma niña guiada por sus manos y creciendo entre tules, como una joya preciada. Volvió a aspirar el perfume del regazo materno desde la posesión de aquellos días, y en la espiral de su vocación volvió a sentirse joven, esposa soñadora, ¡madre por primera vez! … En la intensidad de ese instante abarcó los renovados ciclos de su vida, ese sendero misterioso que ahora desembocaba en la lenta planicie de esta espera.
Al encaminar sus pasos hacia el lecho de su madre, sintió que la caricia de su ternura envolvía el momento hasta hacerlo bendito. Se sintió cobijada una vez más.
En la azul transparencia de sus inevitables lágrimas se instaló para siempre aquella imagen. Sintió la maternal espera. La vió esperanzada y también niña. Y supo –secreta y definitivamente supo – que hoy era ella quien debía sostenerla entre los tules de sus propias manos.
Los trinos se hicieron más intensos. Entre refrescantes
gotas de rocío, la plenitud del día avanzaba sobre sus nostalgias. Como avanzaba el tiempo que se iba …

(del libro "CUENTOS PARA DESPERTAR - 2007)

Goya (Corrientes) Argentina

Contacto: maligobal@hotmail.com


Alfredo Lemon

La mujer del violín

Aquél violín que compré en una subasta en el 2000,
te acompañó mientras estudiabas en Francia
hasta tu primer concierto en Berlín, en el 2005.

Ahora está allí, en su estuche marrón impecable
reclinado en un sofá en el centro del living, en tu casa.

Hubo mucha pasión, lo sé.
Despedirte fue tan triste que cuando lloraba,
agradecía las lágrimas porque me hacían sentir vivo.

Hubo mucha pasión, lo sé.
El erotismo de una pelirroja nunca se olvida.
Todavía atesoro ritos sutiles, sabores singulares.

Vagabundos, fuimos gastamos los años zigzagueando:
acierto-error, acierto-error.

Hoy mi espíritu y tu violín laten al ritmo de un mundo sordo,
donde la locura se ríe a carcajadas de la verdad.



Córdoba (Argentina).
Contacto: alfredo_lemon@yahoo.com.ar

Raquel Piñeiro Mongiello

Horas de arena

Un cielo ha venido
a saldar su desagrado,
habla de vecinas y vecinos,
también de un reloj
que ya no marca sus horas.
Dice las agujas están ausentes
y el él, no puede seguir así,
también tiene quejas
de tantos silencios de su memoria,
hoy, ausente con aviso,
y hasta pregunta si alguien piensa igual.

Ahora, él, dormido sueña,
con horas de arena.


(del libro: HORAS DE ARENA - 2008)

Rosario, radicada en Funes (Santa Fé). Argentina
Contacto: raquelmongiello@hotmail.com

martes, 16 de septiembre de 2008


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El material publicado en este número, es responsabilidad de sus autores.
Permitida su reproducción citando la fuente.
Publicación independiente de literatura, editada en la ciudad de Huinca Renancó (Córdoba) Argentina