sábado, 20 de diciembre de 2008

Leyendas Argentinas

El espantoso monstruo de la laguna

Ahí nomás, muy cerquita del ángulo recto que forma las provincia de Córdoba en el límite de San Luis y La Pampa, en ese sur misterioso, hay una laguna.
Los indios la llamaron Laguna del Cuero.
Por esos pagos anduvo Lucio Mansilla y lo contó en su libro UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES, sólo que no supo entonces los por qué de este nombre tan particular.
Los mapuches aseguraban haberlo visto muchas veces a la orilla de ríos y lagunas. ¿A quién?, preguntarán ustedes, al Cuero pues, un monstruo perverso siempre dispuesto a atacar a la gente desprevenida.
El Cuero es exactamente eso, un cuero de vaca o ternero provisto de enormes uñas, como ganchos y un montón de ojos, que habita en el fondo del agua. Allá, en su elemento, permanece enrollado como un gran tronco de árbol. Vaya a saber qué cuestiones lo impulsan a salir, pero cuando lo hace se despliega silenciosamente. Bajo su apariencia quieta acechan el engaño y la muerte.
Cuando el Cuero ataca no se salva nadie; él sabe esperar el momento justo y en cuantito alguien lo pisa sin darse cuenta de su presencia en la orilla, se enrosca violentamente provocando la asfixia de su presa, que viaja –ya muerta-
a las profundidades.
Algunos cuentan que el agua hace grandes borbotones cuando el Cuero se sumerge; son las risas, dice, las horribles carcajadas de la bestia satisfecha. Sin embargo, hace mucho tiempo que nadie sabe de él, que no lo han visto. Y aunque siempre cuidadosas, por si acaso, las personas andan más tranquilas por el lugar.
Lo mató la Cirila Fuentes, afirman algunos con toda seguridad. A la Cirila el monstruo le robó una hija cuando era apenas una niña pronta a pasar a mujer. Porque ésas tenía el muy degenerado, le gustaban las niñas.
La Cirila era una moza todavía cuando sucedió esta desgracia. Lloró su pena unos cuantos días y después decidió que era mejor la venganza y dejarse de tanto lagrimear.
Una noche partió hacia la laguna bien equipada. Llevaba la MATRA heredada de su abuela –para abrigarse-, comida y agua, que no iba a beber jamás de la laguna.
Pacientemente pasó la noche protegida por la luna, que la estaba amadrinando. Y aunque la luz de la luna no ahuyenta los fríos de la madrugada, sirve para iluminar el paisaje y dejarle cada día su testimonio de plata.
La Cirila se había untado con una pomada con fuerte olor y aguardaba, Estaba segura que el olor iba a atraerlo.
El olor fue deslizándose de a poco por las aguas heladas de la laguna y llegó hasta el fondo transformado por el perfume pegajoso de los líquenes. El cebo estaba funcionando.
Apenas amaneció se levantó la Cirila de su improvisado campamento. Se había obligado a dormir, aunque los nervios la desvelaron largos ratos. Iba a ser bravo el día, iba a necesitar de toda su fuerza y valor.

Se arrimó a la orilla y aunque el agua le trajera la memoria de su hijita muerta, hizo un hueco con las manos y se lavó bien la cara y los brazos. El ungüento iba a llegar de seguro, eso lo sabía la Cirila.
Después juntó las ramas espinudas, eligió las más fuertes y formó una pila cerca de la orilla.
Los ojos negros fijos en la laguna, los labios apretados entre los dientes, siguió esperando.
La paciencia siempre ha sido un don precioso para el ranquel. La Cirila esperaba, con los ojos fijos, mordiendo un trozo de charque (carne seca) de guanaco.
Un murmullo suave agitó las aguas. Una especie de silbido vago y sordo, se confundió con el viento.
Ella sonrió con fuerza. El Cuero estaba saliendo. Por primera vez lo vio deslizarse sobre la orilla rodando despacio, para abrirse lentamente como una flor lisa y maligna, pegada al barrial.
Cirila lo miró un rato, un tiempo. Quién sabe si el malvado se dio cuenta, mientras estiraba las rugosidades. Quién sabe si supo que esa mujer no iba a ser su presa sino el oscuro final de su destino.
La Cirila sí lo supo. Armada con el atado de ramas pinchudas llegó bien cerquita de la bestia, para que se confiara. Apenitas percibió el movimiento le arrojó unas ramas, retrocedió, cargó el resto y volvió a arrojárselas.
El Cuero, herido y furioso, intentaba la huida replegándose, pero las espinas se le iban enterrando en la piel hedionda y perversa y, a medida que se iba enrollando, le perforaban las entrañas.
Cuando el Cuero llegó al agua se hundió violentamente, y esta vez no hubo borbotones ni el sonido cruel de la risa satisfecha.
Un reguero de sangre bermellón tiñó las orillas y las aguas. Entonces la Cirila empezó a aullar. Weeeee, weeee.., se llevaba el eco de su lamento.
Cuando los indios llegaron al lugar la encontraron de rodillas , rezándole a Futa Chao, su dios padre, y la laguna era un espejo rojo inmóvil.
Años le duró el color, contó una anciana, aunque después se le habría ido yendo, cuando a la Cirila se le agotaron los rencores.
Vaya a saberse si el Cuero está muerto del todo, pero al menos duerme sus terrores allá , bien en el fondo, donde el coraje de ninguna madre pueda alcanzarlo.


Leyenda leída por nuestra amiga poeta Laura Beatriz Chiesa, durante el IV Encuentro Internacional Comunitario de Escritores, realizado en Albardón - San Juan del 21 al 27 de sptiembre de 2008

3 comentarios:

Analía Pascaner dijo...

Interesante la leyenda, querido Osvaldo. Muchas gracias a Laura por compartirla y gracias a vos por difundirla en tu Mapuche.
Un abrazo
Analía

Unknown dijo...

Muchas gracias, la voy a usar con mis alumnos en Huinca Renanco. Tambien para iniciar pedanìas en Cs. Sociales

Unknown dijo...

Muchas gracias, la voy a usar con mis alumnos en Huinca Renanco. Tambien para iniciar pedanìas en Cs. Sociales