viernes, 20 de marzo de 2009

Claudia Caballaro    

Preguntas

Lula, Juan Manuel y Alfredo,
en ellos significados mis alumnos y docentes


A veces la realidad nos sumerge en pequeños grandes mares interiores, surcados de infinitas dudas y diminutas certezas. Sentimientos que se atraen y repelen se entretejen misteriosamente creando universos de confianza y desesperanza, temores y ansiedades, urgencias, luchas y paralizaciones, de profundidades y superficialidades...
Mundos que se mecen con la fugacidad del tiempo produciendo grietas en el laberinto de las relaciones humanas, fisuras que duelen, que generan soledad y desencuentros, mientras avanzan, ocultas en las sombras de nuestro descuido, de nuestro individualismo, la desobjetivación, la inequidad, la deshumanización...

Para ustedes habitantes de esos mares con gigantescas olas que también a mí humedecieron y estremecieron y aún hoy, continúan haciéndolo.

Cuando los patios callan, cuando todo se aquieta y los pájaros se adormecen en los techos y ventanas de la escuela, cuando sólo la luna y las estrellas son protagonistas de juegos de luces y sombras en las aulas, interrogantes que han danzado en mi pensamiento, me invaden, toman forma, reclamando una expresión.

Tantas veces me pregunto si comprenden la esencia de ser docentes.
La significación que han de tener en la vida de cientos de seres que los mirarán con ojos inundados de asombro, miedo, necesidad, tibieza, esperanza... Esos mismos sentimientos que hoy como alumnos los agitan.

Me pregunto si comprenden que tienen entre sus manos el lápiz con el que han de ir dibujando parte de sus pequeñas existencias, los pinceles con los que han de colorear la seguridad que a muchos la vida ya les quitó.

Me pregunto si entienden que todos esos niños son inocentes ángeles que tienen derecho a la felicidad y más aún, los ángeles pobres a quienes la sociedad hemos creado otro mundo, distinto, casi oculto; con paredes que silencian sus voces, que esconden su historia. Una historia que lastima porque grita el dolor del abandono, de la indiferencia, de la exclusión. Una historia que desluce las avenidas de nuestro pueblo.
Cautivos en ese laberinto, ya casi no luchan por evadirse.

Me pregunto si comprenden que poseen tanto saber que pueden enseñarnos cómo son las noches caminadas acompañados sólo por sus misteriosas sombras convertidas por su imaginación en miles de figuras o el cómplice ladrido de algún perro. Cómo huele el rocío en la piel de sus manos pequeñas y fuertes, hurgando entre los residuos de vidas ajenas, iluminándose como un sol sus caras, cuando descubren pedazos de un juguete y en su fantasía, la que aún no se les ha amputado, lo reconstruyen y convierten en un tesoro.
Desesperantemente maravillosa ignorancia sobre la vida.
Ángeles de alas blancas manchadas por la lluvia, el barro, desordenadas por el viento...
Ángeles de piel tallada por el frío, las lágrimas, los abusos. La terrible geografía del olvido.

Me pregunto si entienden que pueden enseñarnos a jugar y reír hasta olvidar que la panza duele, a veces, no sólo por el hambre, en juegos en los que toda diferencia se desvanece, en los que solamente existe el niño, el arte de ser un niño, creando un mundo de mil colores cuando se sumergen en las lágrimas de la lluvia, imaginando a resbalar por el arco iris como si fuese un tobogán, el tobogán de los ángeles; jugando a las escondidas entre los brazos de la luna o mirando, sólo mirando, cómo giran los juegos del parque de diversiones, mientras una sonrisa se esboza en sus rostros, porque sueñan, creen, que son ellos los que están allí, envueltos en el viento empecinado en enredar aún más su pelo, sintiendo el corazón salir del cuerpo con cada vuelta al mundo o en el tren fantasma que los conduce por ese túnel en el que gritos, miedos y carcajadas se enhebran con otros y por unos instantes las diferencias se diluyen, compartiendo la misma cara de la realidad.
Y eso es suficiente, saben cuál es el vagón que habitan...

Me pregunto si entienden que también ellos tienen derecho a la belleza, a sucesos que los inunde de alegría, esa emoción que nace de lo simple, de lo pequeño, casi de lo absurdo... un beso, una caricia, un ¡muy bien, excelente tu trabajo!, escucharlos equitativamente y de manera diferenciada, dejarlos expresar sin mutilar su fantasía…
Hermoso y espantosamente humano.

Me pregunto si somos capaces de protegerlos, de creer en ellos, reconociendo sus posibilidades, capacidades, en la construcción social del conocimiento. Respetar su libertad, valorar las diferencias. Entender que nuestro desafío está a su lado dibujándoles un mundo en el que no existan clasificaciones, comparaciones, rotulaciones, humillaciones, violencia...
Me pregunto si podemos creer en nosotros, pensarnos diferentes, como seres capaces de transformar la realidad permitiendo que el otro nos acompañe en ese recorrido.
La educación es un “juego” que involucra a más de un jugador.

Es tiempo de desconcierto, perplejidad, de grandes vacilaciones y contradicciones...
De tantas dudas sobre mi propia profesión y de insignificantes certezas, pero tal vez cuando nacen desde adentro, cuando crecen desde la esencia del hombre, de los sentimientos más genuinos, los grandes procesos de cambio no terminan prisioneros y ahogados entre las paredes de la historia, no se esfuman entre las hendiduras del tiempo, no se convierten en propuestas de políticas educativas intrascendentes...

Nada debe parecer imposible de cambiar.
Depende de nosotros, de lo que anhelemos ser, de lo que deseemos dar, que ayude a pensar con riesgo, a cambiar miradas, menos ingenuas, dogmáticas, sumisas. Una visión de educación más atrevida, rebelde, crítica…
Resignificar nuestro derecho a decidir, imaginar, pensar, sentir con locura, hundirnos y amarrarnos a sueños peligrosos y a la tentación irresistible de vivirlos...
De nosotros depende, sólo de nosotros.
Poeta y docente. Entre Ríos (Argentina)
Contacto: claudiacaballaro@hotmail.com

2 comentarios:

Analía Pascaner dijo...

Comparto, querida Claudia, "de nosotros depende", de esa pequeña actitud con la cual podemos torcer el rumbo de las cosas.
Gracias querido Osvaldo por regalarnos tu Mapuche, con buenos textos y escritores.
Gracias tu generosidad y tu tiempo.
Un abrazo y mi cariño, que estés muy bien.
Analía

María Cristina Elarre dijo...

Exelente, Claudia dejó, en estas palabras, los sentimientos de muchos.
Quizá, debamos aplicar algunas técnicas de yoga, respirar profundo, y mirarnos atentamente, concentrarnos para enfrentar la realidad que nos toca vivir como educadores, docentes, trabajadores de la educación, pero sin olvidarnos que nos dicen MAESTROS...
¿Qué palabra no?¡Cuántos significados carga sobre sus letras!.Cuántas cosas comunica con solo nombrarla, imagínense si también la pensamos ¿No es una vorágine de imágenes, palabras, sonidos, silencios, las que se nos presentan? ¿No sienten vértigo?
Esa confusión y mezcla de distintos textos somos nosotros, los MAESTROS, capaces de ordenarlos y seguir proyectando en este aparente "caos" para intentar cumplir con la repetida frase de campaña política: "por una Educación de Calidad para Todos".
Estaremos cansados de escucharla pero:¿no es eso acaso lo que quisiéramos que suceda?
Entonces, si hoy estamos ejerciendo esta maravillosa profesión de MAESTROS (con mayúscula) es porque, quizás aún creemos,o, como dice Claudia en sus mágicas palabras cargadas de sueños, sabemos que "de nosotros depende"...
No bajemos los brazos, pintemos entre todos un arco iris de ilusión, de sueños, de esperanza...
Cristina