martes, 19 de marzo de 2013

Rita Gardellini


                                    Siesta
 
Tejiendo vientos se desnudó la tarde en ese permiso que no quiere dejar avanzar a la lluvia. El calor enredaba  la pereza de las pisadas, todas monocordes, fastidiadas, cansadas. Mis tacos trepaban ufanos la victoria de su coquetería, una femenina hidalguía me impedía dejarme avasallar por la bochornosa miel que pegoteaba todas las acciones: un calor inhumano apresaba la razón, la diluía —en fin, ¡lo que mata es la humedad!—.
 
Unos segundos fijaron la vista en la esquina de siempre, a una cuadra de casa; la enredadera verde ilusionaba el espejismo de la frescura. La miré, comprendiendo que era la primera vez que lo hacía —son tantas las cosas que uno mira sin ver—. Decididamente extraña; no pude asociarla a ninguna de las enredaderas usuales, semejaba el desborde de un arbusto desprolijo y despeinado, caía formando matorrales sobre el tapial. Seguí viéndola mientras mis pasos me hacían atravesar la calle, lentos y orgullosos, continuaban el andar de mis tacos —lo interesante de los tacos es la precisión que requieren al caminar, apurarse es un lujo casi metafórico que termina en un porrazo desbaratado en el piso, y no sé ustedes, pero los papelones no gozan de mi afecto, así que si se me da por mirar, voy despacio, lo del orgullo lo digo porque a pesar de los riesgos, los desgraciados son garbosos, hasta la más tosca de las marchas se les somete y presume; eso sí, reitero: vayan lento—.
 
Verde, verde verdísima, lustrosa de lluvia —recuerden, hablaba de la enredadera, les señalo esto porque me detuve tanto con los tacos que por ahí se perdieron, ok, sigo—. Imposible, el calor rosarino en verano se revienta; el brillo húmedo sería el beneficio del agua artificial de una manguera, obsequio de una propietaria hacendosa, estudiosa perfeccionista ayudada por un dispositivo de riego — una señora de ésas que siempre están regando las plantas, ya saben, las que viven sacando yuyitos, puliendo los picaportes, barriendo la vereda, echando veneno a las hormigas, protestando por los perros, los chicos o cualquiera que ensucie...  y que secreta y gozosamente imaginan tener la envidia del barrio porque poseen  una de esas pistolas con varios cabezales que ofrecen un montonazo de graduaciones de chorros: chorros finitos, chorros gordos, chorros de vapor, chorros fuertes, chorros debiluchos...  la maravilla más completa de los comerciales de ventas por TV: (Parece ser que te comprás uno YA y sos algo así como feliz de por vida con los chorritos) chorritos que no son obviamente para cualquiera, como bien saben las señoras, porque el precio más los gastos de envío y las llamadas de consulta son todo un dolor en monto dólar, que las dejan comiendo hígado un mes—.
 
Llegué a la vereda — ¿imaginaron que tropezaría?, ¿no se acuerdan?, ¿quedaron enganchados con los chorritos? Iba distraída mirando la enredadera, crucé... — y el cordón de la acera me obligó a distraer mi atención, sorteo el escollo y retomo — retomo la atención; el escalón ya lo subí, era el escollo y luego— la visión: unas patas negras y gigantes asoman veloces y desaparecen. Las reconozco, cientos, miles de veces he jugado de niña a provocar arañas en su madriguera con un palito.
 
----------
Interrumpo, lean con detenimiento el instructivo y la información anexa —¡ah!, por supuesto, me olvidaba mis modales—, por favor:
-----------
Arte de precavidos:
 
                                1- De entre varias telas de araña que asoman su entrada entre los ladrillos—si los ladrillos son bien rojos, o aún mejor, si están todavía frescos de lluvia, el efecto blanco ceniza del circulito tejido resulta hipnótico, ¿alguna vez los vieron? En una pared de cemento no es lo mismo, por supuesto, pensaron muy bien: pasan desapercibidos—, elegir una —me refiero a una tela de araña, no a una pared; sería ideal elegir paredes pero por lo general ya están cuando uno las encuentra—.
 
2- Acercar, en un movimiento ávido y aguerrido, el extremo de un palito joven robado a un árbol o encontrado en el suelo —el largo sí importa, sólo los valientes usan uno corto—, a la susodicha entrada —vamos, ya saben, acercan el palito a la entrada de la tela de araña, ¿nunca lo hicieron? ¿Qué esperan? Aunque mejor, terminen de leer, el final es muy bueno—.
 
3- Aguardar la salida de la araña y quitar rápidamente el palito.
Advertencia importante: el tamaño del arácnido, casi imposible de adivinar de antemano, hace arrojar el palito —ya que no siempre la abertura que muestra el nido se corresponde a la corpulencia de su habitante y es una vergüenza escoger los   cilindritos que pueden verse en su totalidad, un asco de cobardes, sin embargo encantador entretenerse mirándolos para tratar de encontrar sabiduría, es decir: no se vale si te das cuenta de antemano el tamaño del bicho—; quien a pesar del asombro, aún lo conserva—me refiero al palito, el asombro no importa si se conserva o no—, puede sin dudas sentirse valiente porque lo es.
 
4- Si la operación se realiza varias veces seguidas y con el mismo individuo, la araña no volverá rápidamente a ocultarse, permanecerá desafiante —¿Comprenden? El bicho patudo ya se avivó que no hay un peligro real, sólo un pícaro o pícara aburrido que la está molestando con un palito—.
 
5- Si se piensa en aproximar nuevamente el palito a esta araña irritada, se sugiere el uso de uno largo, ya que probablemente se subirá en él —¡eh! ¿Qué quieren que explique, acá?, está clarísimo—.
 
Anexo bibliográfico: Complejidades de los arácnidos
 
Necesitan alimentarse de presas vivas, éstas permanecerán inmóviles por su ponzoña soporífera hasta ser engullidas —impresionante, mantienen a las víctimas quietas en un ensueño que las atonta porque saborean de comerlas bien vivitas, algo así como un freezer de  dormilones—.
 
-----------------
Continúo en lo que andaba, ya veremos si leyeron con detenimiento:
 
La curiosidad me embriaga, me acerco sin cerrar la boca y estiro la mano, rozo una de las hojas.
 
Atontada y confusa, inicio la torpe apertura de mis párpados. La boca permanece empastada, sin gritos. Turbia de entendimiento, comprendo: esta vez, fui demasiado lenta. Tendría que haber buscado un palo, un palo bien largo[1].
 

[1] Espero que hayan leído cuando escribí que las patas negras eran gigantes, así sabrán dónde acabo de despertar: “ñam, ñam”.


Rita Gardellini: Nació en Rosario (Sta Fé). Argentina. escritora, poeta,  docente, investigadora
Publicó: No dejes que muera; Después de comer perdices o por qué las mujeres son boludas e insisten enamorarse…; Alumnos lectores... alumnos escritores y su seño. Los soles verdes
 


No hay comentarios: